“Voilà ce que fut notre vie. C’est dans cette réalité hallucinante que
notre moral s’efforçait à trouver un élément d’espérance. Et beaucoup d’entre
nous le saisissait, cet indice fragile, avec la foi d’une énergie folle,
incompréhensible. Ainsi est fait le merveilleux mécanisme de l’être humain,
de cet être que des milliers de siècles semblent avoir achevé et que les
nouveaux Barbares ont voulu anéantir. Mais ils n’ont tué que le corps, non
pas l’esprit.”
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Lasciate
ogni speranza, voi ch'entrate, es la leyenda que según el poeta figura en
la puerta del infierno. Du Kommst,
Niemals Raus es la bienvenida, grabada en granito, en la entrada
del campo de Mauthausen. A veces la peor de las pesadillas se convierte en la realidad
cotidiana. Y aunque despertar parezca imposible, hay quien lo consigue y es
capaz de reconstruir su vida.
Roger Heim (1900-1972) tenía un brillante futuro
por delante a finales de los años 30 del siglo XX. Ingeniero químico de
formación, pronto se interesó por los hongos, defendiendo su tesis doctoral
sobre el género Inocybe en 1931. El
año 1933 ya era subdirector del Museo Nacional de Historia Natural de París y
trabajaba sobre rusulales de Madagascar y agaricales asociados a termitas
africanas. Antes, en 1932, había realizado
una estancia de un mes en Cataluña, trabajando en el marco de las actividades del
Plan Micológico Quinquenal elaborado por Pius Font i Quer (1888-1964) y sus resultados
aparecieron en la revista Treballs del
Museu de Ciències Naturals de Barcelona de 1934. Se había casado en 1935
con la micóloga rumana, especialista en citología, Panca Eftimiu y ya tenía un
hijo.
Pero todo se tambaleó con la invasión de
Francia por los alemanes. Colaborador de la Resistencia desde 1942, fue delatado
y detenido al año siguiente, y estuvo internado en varios campos franceses,
hasta que fue deportado al campo de selección de Buchenwald (enero-febrero de
1944), después transferido a Mauthausen (febrero-marzo de 1944) y finalmente
internado en el campo de Gusen, subsidiario de éste, y especializado en el
exterminio de las élites de los países conquistados, donde trabajaban en la
extracción de granito en la cantera del campo. Sobrevivió al día a día y
también a las matanzas finales del mes de abril de 1945, cuando los franceses
de Gusen salieron y caminaron los 5 km que los separaban de Mauthausen, donde
en teoría los esperaban los camiones de la Cruz Roja. Pero no hubo camiones
para todos y tuvieron que esperar diez días en Mauthausen sin comida y a la
intemperie y, cuando ya los iban a gasear, entraron los primeros tanques
ligeros americanos gracias a la decidida intervención del delegado de la Cruz
Roja Internacional, el suizo Louis Haefliger.
Terminada la Guerra, impartió cuatro
conferencias relatando parte de sus experiencias y reflexiones, que recogió en
una publicación de 1947. Las dos primeras fueron pronunciadas en mayo y
noviembre de 1945, en el Museo Nacional de Historia Natural y en la Sorbona
respectivamente, y la tercera, de junio de 1946, es en una ceremonia en memoria
del Padre Jacques de Jésus, uno de los benefactores, dentro del campo, de la
comunidad francesa y que moriría poco después de la liberación debido a una
neumonía. En ellas explica las condiciones de organización y trabajo del campo,
señalando las diferentes alternativas que conllevaban la muerte y también los
requisitos necesarios para sobrevivir. Y todo con la descripción de numerosos
casos, conocidos de primera mano o vividos por él mismo, de hasta dónde puede
llegar un ser humano para sobrevivir. No relata gran cosa sobre su situación
personal, tan sólo menciona de pasada que fue sujeto de algún experimento
médico y explica algunas de las rutinas diarias. Pero lo que sí que hay son
numerosas reflexiones acerca del porqué de todo aquello, intentando comprender
como los guardias del campo podían aplicar un programa sistemático pensado para
aniquilar cualquier esperanza –no
dejarlos tranquilos ni un momento, acoso y desgaste constante–, pero sin mostrar la más mínima empatía,
ninguna compasión, por el sufrimiento de otro ser humano; más bien todo lo
contrario, una crueldad gratuita, incluso sadismo.
La
cuarta conferencia es de enero de 1947, en una manifestación organizada por la
"Federación Nacional de los Deportados e Internados Resistentes y
Patriotas". Es breve, pero pesimista y es la que, leída hoy en día, tal
vez sobrecoja más, pues en ella se muestra completamente contrario no sólo al
olvido, sino que también explicita la desconfianza de que el pueblo alemán se
pueda disociar del nazismo, afirmando que la democracia es incompatible con el
temperamento alemán. Sorprendentemente, personaliza sus ataques en Kurt
Schumacher, socialdemócrata alemán que había sido arrestado e internado en
varios campos de concentración desde 1933, y que el año antes había conseguido
llegar a Secretario del SPD; fue el jefe de la oposición a los gobiernos
conservadores de Konrad Adenauer hasta el año 1952, en que murió. A la vista de
este escrito, una posible interpretación del título del libro, La sombre route, ciertamente ambiguo, es
que se refiera al futuro.
Aunque en algún punto se vislumbre el origen más o menos "mitinesco" de los textos, está muy bien escrito y la lectura es fluida [siempre que las lágrimas del lector lo permitan]. A diferencia de otros relatos sobre los campos de concentración, nada está novelado, sólo aparece la realidad vivida y las reflexiones personales del autor. Su punto de vista es muy francés, raramente habla de las relaciones con prisioneros de otros países –se entrevé una cierta admiración por los rusos, un cierto menosprecio hacia los polacos–, pero el tema recurrente es intentar entender la relación de los alemanes en general con el genocidio. Estaba asumido no esperar ninguna piedad por parte de las tropas de los S.S., pero es de más difícil comprensión la indiferencia de las tropas de la Wehrmacht o la de los kapos de los barracones. Resalta a menudo la importancia de conservar la esperanza, a pesar de que todo el sistema estaba diseñado precisamente para eliminarla. Especialmente doloroso es el relato de las consecuencias de los bombardeos aliados sobre la cercana ciudad de Linz durante los meses finales de la guerra, en la que se mezclan la esperanza de un final próximo y la exigencia de superar una nueva prueba física que puede ser la última: a cada alerta de ataque debían correr unos 1.500 m para entrar en los túneles excavados en la montaña, esquivando los bastonazos y perseguidos por los perros. También estremece cuando explica las muertes por empacho con las raciones de la Cruz Roja una vez han sido liberados.
Aunque en algún punto se vislumbre el origen más o menos "mitinesco" de los textos, está muy bien escrito y la lectura es fluida [siempre que las lágrimas del lector lo permitan]. A diferencia de otros relatos sobre los campos de concentración, nada está novelado, sólo aparece la realidad vivida y las reflexiones personales del autor. Su punto de vista es muy francés, raramente habla de las relaciones con prisioneros de otros países –se entrevé una cierta admiración por los rusos, un cierto menosprecio hacia los polacos–, pero el tema recurrente es intentar entender la relación de los alemanes en general con el genocidio. Estaba asumido no esperar ninguna piedad por parte de las tropas de los S.S., pero es de más difícil comprensión la indiferencia de las tropas de la Wehrmacht o la de los kapos de los barracones. Resalta a menudo la importancia de conservar la esperanza, a pesar de que todo el sistema estaba diseñado precisamente para eliminarla. Especialmente doloroso es el relato de las consecuencias de los bombardeos aliados sobre la cercana ciudad de Linz durante los meses finales de la guerra, en la que se mezclan la esperanza de un final próximo y la exigencia de superar una nueva prueba física que puede ser la última: a cada alerta de ataque debían correr unos 1.500 m para entrar en los túneles excavados en la montaña, esquivando los bastonazos y perseguidos por los perros. También estremece cuando explica las muertes por empacho con las raciones de la Cruz Roja una vez han sido liberados.
Y una constatación: en el infierno no hay
hongos, ni plantas. O al menos ni siquiera los botánicos mejor preparados son
capaces de prestarles la más mínima atención, empeñados como están en
sobrevivir conservando, a ser posible, un mínimo de dignidad humana. La única
referencia dentro del campo es cuando explica que recoger a la carrera unas
pocas hojas de cerrajas o dientes de león puede representar la posibilidad de
vivir un día más. Antes, durante los primeros días en Mauthausen, le había
sorprendido el espacio ajardinado en la entrada del campo. Después, en el
trayecto final de Gusen a Mauthausen, se maravilla al contemplar los árboles
frutales y las primeras hierbas de la primavera en flor.
Miembro de la Académie des sciences desde 1946, fue Director del Muséum nationale d'histoire naturelle
entre 1951 y 1965. En 1955 publicó un libro de viajes muy diferente de éste [Un naturaliste autour du monde] en el
que contaba sus impresiones y algunas anécdotas de los países que había
visitado como científico, y en el que ya también explicitaba su interés en la
conservación de la naturaleza. Antes, en 1948, había sido uno de los fundadores
de la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza (IUCN) de la
que sería presidente entre 1954 y 1958, y en 1952 su libro Destruction et Conservation de la nature fue uno de los primeros
intentos de concienciar al público en general sobre esta problemática. También
fue el promotor –y autor del
prólogo– de la traducción al
francés de Silent Spring (1962) de
Rachel Carson (1907-1964), que puede considerarse el punto de partida de la
concienciación popular a favor del movimiento ecologista en Occidente. A partir
de 1952 estuvo especialmente interesado en los hongos alucinógenos y junto con
Robert Gordon Wasson (1898-1986) y Albert Hoffman (1906-2008) escribió alguno
de los libros fundamentales sobre este tema, así como numerosos artículos sobre
cultivo, taxonomía y composición química de estos hongos.
No
menos de media docena de géneros de hongos llevan epónimos basados en su
nombre.
Era
miembro de la Amicale de Mauthausen,
de la que fue Presidente entre 1971 y 1979. Siempre llevó en la cartera una
fotografía donde se le veía, esquelético y demacrado, cuando las fuerzas
aliadas liberaron el campo de Mauthausen.
Roger Heim. 1947. La sombre route.
José Corti, Paris. 99 p.