jueves, 24 de diciembre de 2020

Alfred Moquin-Tandon: un botánico de provincias –y poeta– descubre París (1834)

 

            "4 octobre 1834. Nous étions convenus avec M. Blume d'aller aujourd'hui chez M. Gay à 8 heures du matin. Nous avons exécuté notre projet, mais faute d'avoir averti ce botaniste, quand nous sommes arrivés chez lui, nous avons trouvé visage de bois.

            Je suis rentré et je me suis occupé, pendant une heure environ, à arranger mes Chénopodées du Muséum Delessert.

            A neuf heures, j'ai pris du lait et du beurre au café du Luxembourg. En sortant, l'occasion m'a offert un ouvrage in 4º sur les tulipes, avec planches assez bien faites. Je l'ai acheté 50 sols.

            Je me suis promené sur les quais jusqu'à midi. J'ai marchandé un Genera plantarum de Linné; j'ai regardé les gravures, les lithographies et les dessins; j'ai visité la Madeleine; enfin j'ai usé la matinée en véritable flâneur, mais en flâneur qui observe et qui réfléchit.

            Une Béarnaise m'a conduit jusqu'à une centaine de pas de mon hôtel; j'ai été chez M. Webb; nous avions examiné ensemble les Chénopodées des Canaries..."

            Tengo que empezar confesándolo: la figura Moquin-Tandon siempre me ha fascinado. Y eso que es bien poco lo que durante mucho tiempo supe de él. Cuando empezaba a bregarme en temas de taxonomía, durante largo tiempo tuve sobre la mesa de trabajo la segunda parte del volumen XIII del Prodromus... de De Candolle, casi todo él escrito por Moquin-Tandon y que contiene las monografías de las familias salsolácies [quenopodiáceas] y amarantáceas. Aquellos tratamientos, monumentales, me impresionaron por su extensión y claridad, más aun sabiendo que eran el resultado del estudio sólo de pliegos de herbario, de todo el mundo, de aquellas plantas con unas flores minúsculas y sin muchos más caracteres. Su capacidad de observación, análisis y síntesis me maravilló, pero, además, vislumbrar una imagen suya donde se ve un hombre con aspecto sereno y sosegado y descubrir que también había escrito poesía en occitano, ya lo hizo entrar para siempre más en el panteón de personajes admirados.

              Alfred Moquin-Tandon (1804-1863) descendía de protestantes que habían huido a Ginebra cuando la revocación del edicto de Nantes, pero que más tarde regresaron a Francia y se instalaron en Montpellier. Su padre era comerciante, y entre sus antepasados figuraban también científicos y banqueros, pero el más conocido es el abuelo André-August Tandon, a quien su nieto calificó como el último trovador de la cultura occitana.

             Estudió Ciencias y Medicina en Montpellier, donde obtuvo los doctorados correspondientes. Muy interesado en la botánica, se consideraba discípulo de Michel Félix Dunal (1789-1856), quien a su vez había tenido como maestro al ginebrino Augustin-Pyramus de Candolle (1778-1841), durante la etapa de éste como profesor en Montpellier, en que había barrido definitivamente el sistema artificial de Linneo de la docencia universitaria. En aquella época, a fin de obtener el doctorado en ciencias naturales debían defender dos tesis. Moquin-Tandon, con veintidós dos años, presentó dos, una de zoología y otro de botánica. La de zoología era una monografía de las sanguijuelas (fam. Hirudinea), donde también trataba cuestiones experimentales de fisiología y donde entraba de lleno en la polémica sobre la metamerización [zoonite] de los animales. La de botánica, en principio, debía ser una monografía de las quenopodiáceas, pero, por un cierto azar, acabó siendo un Essai sur les dédoublemens ou multiplication d'organs dans les végétaux, lo que a la larga le llevaría a ser un especialista en teratologías vegetales. La monografía de las quenopodiáceas no vería la luz hasta el año 1840. En el año 1828 presentó la tesis para el doctorado en medicina, sobre tisis laríngea sifilítica.


             Moquin-Tandon comenzó la carrera docente como profesor de fisiología comparada en Marsella, pero ya en 1833 obtuvo una plaza de profesor de ciencias naturales en la Facultad de Ciencias de Toulouse, donde explicaba botánica, zoología y geología. Además, en 1834 fue nombrado director del Jardín de plantas, donde también impartía un curso de botánica. Consideró que era demasiada carga docente para una sola persona y decidió ir a París a ver si se podía entrevistar con los responsables del ministerio para explicarles su situación. Era la primera vez que visitaba París, y durante su estancia escribió una especie de diario, día a día, donde recoge sus actividades, encuentros e impresiones, en un estilo muy libre, para uso personal y sin intención de publicar nada.

             El dietario comienza el día 8 de septiembre y termina el 24 de octubre. El primer día, nada más llegar de madrugada, se instala en el pequeño apartamento que tenía reservado y ya se va a recorrer las calles de la ciudad. El segundo día se acerca al Museo de Historia Natural y, en un episodio que se repetirá a menudo durante el viaje, se encuentra de golpe con un conocido. Se trata de un amigo y compañero de Montpellier, Victor Coste, que trabaja allí en embriología y con quien se relacionará mucho durante su estancia en París. A continuación se presenta en casa de Geoffroy Saint-Hilaire padre (1772-1844), con quien ya se había carteado, que ocupaba la cátedra de zoología en el Museo desde su constitución en 1793 y que, después de la muerte de Cuvier un par de años antes, había quedado como el gran pensador sobre la estructura y organización de los animales. Será uno de los personajes a los que Moquin-Tandon dedica más atención, con largas conversaciones, y hacia el final de la estancia en París la amistad entre los dos es manifiesta.

             Rápidamente amplía su red de contactos y conocidos. Al principio, los centros neurálgicos son el Museo de Historia Natural que incluye el Jardín de plantas y la residencia de Benjamin Delessert (1773-1847), donde su herbario, el más importante de Francia en aquellos momentos, estaba abierto a todo aquel que necesitara trabajar en él. Sorprende la cantidad de botánicos que pululan arriba y abajo. Muchos de ellos poseen herbarios que han realizado en países lejanos y trabajan en alguna publicación al respecto. Al saber que hay un especialista en quenopodiáceas y poligaláceas, lo apremian para que les determine las plantas de estas familias. Intentará contentar a la mayoría y, siempre que puede, coge un frustulum. Entre ellos, destaca la relación cordial con Carl Ludwig Blume (1796-1862), director del jardín de Leiden y que trabajaba en la flora del SE asiático y con Auguste de Saint-Hilaire (1779-1853), el especialista en la flora del Brasil con quien ya había colaborado en alguna de sus publicaciones, pero a quien no conocía personalmente. Más tarde, a finales de septiembre, se instalan en París Philip Barker Webb (1793-1854) y Sabin Berthelot (1794-1880), provenientes de Londres y que estaban trabajando en la flora de las islas Canarias. Según Moquin-Tandon el herbario de Webb, formado por sus recolecciones mediterráneas y canarias y varios herbarios más que ha comprado como los de Desfontaines, Labillardière, Ruiz y Pavón... es uno de los más ricos de Europa. El trato con ellos será frecuente y, sobre todo con Berthelot, establecerá una relación de amistad.

             Uno de los objetivos de la visita a París es también conocer los botánicos y zoólogos más prominentes de la capital; a algunos les ha tratado por correspondencia, para otros lleva cartas de presentación y a casi todos los conoce por sus obras. A medida que los va tratando, queda algo desencantado y escribe: "La connaissance des savants de Paris a bien diminué en moi le respect que je portais à tous les hommes qui ont pénétré dans le sanctuaire de la Science; j'ai remarqué d'abord que beaucoup de ces messieurs étaient fort au-dessous de leur réputation. L'usurpation de la gloire est à Paris assez commune. Cette usurpation est une suite nécessaire de l'intrigue qui, dans la capitale, est certainement la passion qui domine le plus; beaucoup d'hommes arrivent au sein de l'Institut ou dans les facultés, appuyés non pas sur des livres, sur des titres réels, mais sur des parents et des amis; on m'a rapporté des exemples de fraudes académiques ou professorales, qui ont bien surpris mon innocence de province".

 

Chenolea canariensis, planta descrita por Moquin-Tandon en su estancia en París, a partir de materiales colectados por Webb y Berthelot en las islas Canarias. Actualmente integrada en el género Kirilowia: K. canariensis (Moq.) G.L. Chu


            También es bien jugosa la descripción física, pero también psicológica– que hace de los miembros de la Sección de Botánica del Instituto de Francia, del valor de sus obras y de lo que se puede esperar de ellos en el futuro. Los Jussieu, padre Antoine Laurent (1748-1836) e hijo Adrien (1797-1853) no salen muy bien parados. Tampoco Mirbel (1776-1854) ni Achille Richard (1794-1852). Todos los elogios son para Adolphe Brongniart (1801-1876). De Auguste de Saint-Hilaire simplemente dice: mon ami. Sorprende sobre todo la rotundidad de sus opiniones y la clarividencia de sus vaticinios. Aunque unos días antes ya había hecho lo mismo con Étienne Gay (1786-1864), de quien dice que por culpa de su obsesión por los detalles, nunca será capaz de concluir la monografía que prepara, desde hace más de veinte años, del género Crocus.

             Pero su actividad no se limita a la botánica. Pasea a menudo, un día lo dedica al Panteón, otro organizan una visita a la fábrica de Sèvres, acompañados por Brongniart padre, el director o, cuando entra en una exposición que están montando en la Escuela de Bellas Artes, deja por escrito sus impresiones y opiniones para, dice, compararlas con las que saldrán en los periódicos los próximos días, una vez inaugurada. Muy a menudo se dedica a bouquiner e indica el título y el precio de los libros que adquiere. Son, sobre todo, de botánica y zoología, pero también los hay medicina, geología..., e incluso un libro de poesía escrito por su abuelo. Y también deja por escrito cuando se sienta en café por la tarde a tomar una cerveza, fumar o jugar alguna partida de dominó, muchas veces acompañado por Berthelot o por su amigo de juventud Maire (?), también botánico. Se sorprende de la gran cantidad de conocidos que reconoce en París, muchos de Montpellier, pero también de Toulouse y Marsella. Y a menudo anota cuáles de estos no se encuentran acompañados de sus parejas habituales. Muchas noches va a espectáculos, solo o acompañado por conocidos o amigos: ballet, teatro, opera, variedades... y anota comentarios sobre los actores o las obras.

             Cuando ya la estancia está acabando, explica las tribulaciones para encontrar cajas para los cerca de 100 paquetes de plantas que ha reunido en París –el herbario Poiret, que ha comprado, más duplicados y fragmentos de quenopodiáceas y poligaláceas con que la han obsequiado para enviar a Toulouse. Con todo el resto de adquisiciones, libros incluidos, son 536 kg los que factura.

             Al final, tras varios trámites protocolarios que le han costado un mes, logra entrevistarse con el ministro de Instrucción Pública y su jefe de gabinete, que acceden a su petición. En uno de los pocos rasgos autobiográficos, cuando describe a este último dice: "il gesticule assez quand il parle, à peu près comme moi".

             Moquin-Tandon permaneció en la Universidad de Toulouse hasta el año 1853, cuando ganó la cátedra de historia natural de materias médicas en la Facultad de Medicina de París, sucediendo a Achille Richard. Allí publicó unos prestigiados Éléments de zoologie médicale y Éléments de botánica médicale, pocos años antes de morir. Además de botánico fue un reconocido especialista en el campo de los moluscos terrestres y una autoridad en ornitología y, por ejemplo, se encargó de este apartado en la Histoire naturelle des Îles Canaries de Webb y Berthelot. En 1854 fue elegido miembro de la Academia de Ciencias, en la plaza que había quedado vacante por la muerte de su amigo Auguste de Saint-Hilaire. Además de sus trabajos científicos, cerca de 200, publicó numerosos trabajos literarios y de poesía en occitano, algunos de ellos bajo el seudónimo de Alfred Frédol.

            Sin embargo, aparte de éste, no fue un gran viajero: sólo estuvo en Córcega con la excusa de concluir la flora inacabada de Esprit Requien (1788-1851). Parece que el mayor resultado de este viaje fue convencer Jean-Henri Fabre (1823-1915) de dejar de lado las matemáticas y dedicarse de lleno a la entomología.

             El dietario nos proporciona una visión de la intensa vida científica, cultural y social de la capital. Muy detallada, además, en lo que respecta a los círculos botánicos. El número de personajes que aparecen es muy amplio, aunque se puede seguir bastante bien gracias al índice onomástico que han añadido los editores. En cambio, no hay casi ninguna referencia a la situación política, a pesar del cambio de régimen de 1830 y de las revueltas obreras, de 1831 y 1834. Esta última, reprimida por el ejército a Lyon con numerosos muertos, parece que no afecto la vida cotidiana de la capital.

 

Alfred Moquin-Tandon. Un naturaliste à Paris, 1834: Notes sur mon premier séjour à Paris, en 1834, du 4 septembre au 23 octobre. Éd. présentée par Jean-Louis Fischer. Index établi par Isabelle Dussert-Carbonne, 1999. Sciences en situation, Chilly-Mazarin. 163 p.

 

sábado, 31 de octubre de 2020

John Stuart Mill: un filósofo se entretiene con las plantas (NE ibérico, 1860)

"My next botanizing was in a walk in the dusk near Guadalaxara, the place where the railway from Madrid towards Zaragoza at that time terminated; it has since been extended further. This little town is made imposing by the vast château of the Mendozas, a building which tells of Spain in what are called her great ages, being in reality the ages by which she was ruined. The only new plant which met my eye was Reseda undata, now identified with R. alba, a plant of our gardens, sometimes found in England as an escape from culture, to me indissolubly associated with the place where I first saw it, the ruins of Nero's Golden House."

 

             La lengua inglesa sorprende de vez en cuando con neologismos creados a partir del latín, o de términos griegos latinizados, pero que no tienen un equivalente directo en las lenguas románicas actuales. To botanizer es uno de ellos, y a menudo se utiliza sólo en gerundio. Define perfectamente en qué consiste la actividad de los botánicos cuando exploran un territorio, independientemente de la intensidad con la que se dediquen a ello. En caso de que trataremos hoy, es un aficionado inglés que "botaniza", durante poco más de un mes, por el NE ibérico.

             John Stuart Mill (1806-1873) está considerado el gran filósofo liberal inglés del siglo XIX. Fue el producto, único e irrepetible, de un experimento educativo llevado a cabo por su padre, James Mill, bajo la influencia de la filosofía utilitarista de su amigo Jeremy Bentham (1748-1832). Con el padre como único maestro y él como único discípulo y aislado de otros chicos de su edad, recibió una educación muy rigurosa, donde destacaron latín y griego, historia, lógica y economía política. Por su casa pasaban a menudo algunos de los intelectuales amigos de su padre como David Ricardo o, por supuesto, Jeremy Bentham. De joven fue un gran defensor y propagandista de la filosofía benthamiana del utilitarismo es bueno todo lo que conlleva o va dirigido hacia la felicidad de los individuos, aunque con los años evolucionó hacia el socialismo. Fue uno de los más destacados defensores del derecho al sufragio femenino, de la supresión total de la esclavitud, de la autonomía de Irlanda y de los sindicatos obreros. Sus obras sobre la libertad, la lógica, el derecho de sufragio o los sistemas de representación política tuvieron gran trascendencia intelectual y social. Aunque firmó en solitario casi toda su obra, en la autobiografía reconoce que gran parte del mérito de sus trabajos de madurez es gracias a su esposa Harriet Taylor (1807-1858) o a la hija de ésta, Helen Taylor (1831-1907), que nunca quisieron firmarlos con él. Tras su muerte en 1873, Helen Taylor se convirtió en una activista de diversas causas progresistas y ya alzó su propia voz, destacando en la lucha por el sufragio femenino y por la reforma del sistema educativo.

             La relación de J.S. Mill con la botánica venía de lejos. El año 1820, con catorce años, estuvo en el S de Francia invitado por la familia del general Samuel Bentham hermano de Jeremy Bentham para pasar una temporada. Hizo con ellos una excursión por los Pirineos: Pau, Bayona, Banhèras de Luishon y ascensión al pico del Midi de Bigorre. Se quedó todo un año y ya se aficionó a la botánica, aunque lo consideró siempre como un entretenimiento. Hay que suponer que ayudó la influencia de Lady Bentham, Mary Sophia (c. 1765-1858), gran aficionada a las plantas, y de George (1800-1884), el hijo mayor de la familia, que en aquellos años también estaba descubriendo la botánica ver la entrada del blog de diciembre de 2017.

John S. Mill y Helen Taylor [de Wikipedia]


             El viaje de hoy lo hicieron John S. Mill y Helen Taylor, su hija adoptiva, desde mediados de abril a mediados de mayo de 1860. En aquella época residían gran parte del año en Aviñón, ciudad donde estaba enterrada su esposa, que había muerto allí hacía poco.

            El relato se publicó fragmentado en cinco partes. La primera entrega comienza con una introducción sobre las características fisiográficas de la península Ibérica. Destaca la falta de trabajos botánicos sobre el territorio y comenta la situación de España, alabando los progresos conseguidos en los últimos tiempos, tanto sociales –abolición de la Inquisición, final de las guerras civiles [evidentemente, no sabía que las guerras carlistas todavía no habían terminado] como económicos red de ferrocarril aceptable, alojamientos razonablemente cómodos, agricultura en desarrollo y es claramente optimista sobre el futuro del país. El resto del capítulo está dedicado a la flora de Cataluña. Aquí no señala ningún trayecto y parece que sus recolecciones se limitan, además de Montserrat, a los alrededores de Barcelona indica Montjuïc y las montañas de Barcelona [Tibidabo?]; tan sólo al final dice que a mediados de mayo, es decir, cuando ya se iban, visitó las colinas alrededor de Girona. La parte dedicada a la flora es extensa, aunque no se aleja mucho del litoral. Así, habla de la flora de encinares, matorrales, alcornocales, plantas arbustivas de suelos carbonatados ...

             La segunda y tercera entrega tienen el mismo encabezamiento: Tarragona, Valencia, Zaragoza. Comienza alabando la riqueza y novedades que encuentra en los alrededores de Tarragona, y luego pasa a explicar la plana alrededor de Valencia y algunas de las plantas que más le llaman la atención. De Valencia a Madrid viajan en tren, con una única parada de una hora en Almansa, que le permite dar un paseo en un margen entre cultivos. En Madrid no herboriza y se dedican a recorrer la ciudad y "its almost unrivalled picture-gallery". En cambio, no cree que sean muy atractivos, desde el punto de vista botánico, los alrededores de la ciudad. El siguiente trayecto lo hacen en tren hasta Guadalajara, donde termina la línea. La próxima parada es en Alcolea del Pinar, que él sitúa en Aragón. Aquí la floración viene con retraso y observa que, a primeros de mayo, las aliagas no están todavía en flor mientras que en los alrededores de Avignon ya estaban florecidas en febrero y tan sólo habla de unas pocas plantas anuales. Más tarde, en Zaragoza, la herborización ya es más provechosa y la lista de plantas es considerable. En cambio, de la herborización en Lérida  tan solo comenta las plantas que no había visto todavía en España: Silene conica y S. conoidea, Nonnea ventricosa y Malcolmia africana. El capítulo termina con las plantas que puede atisbar desde la diligencia en el trayecto entre Lérida y Tarragona.

             La cuarta entrega está dedicada a Montserrat, que visitan durante la segunda semana de mayo y donde se alojan en el monasterio. Describe las diversas posibilidades de acceder desde Barcelona y se muestra entusiasmado con su flora, sobre todo Ramonda myconi, que ya conocía de Gavarnie. La lista de plantas es muy extensa* y los comentarios numerosos.

             La última entrega corresponde a un trayecto de dos días, a finales de mayo, por los "Spanish Pyrenees". Parece que al salir de Cataluña se fueron a la vertiente N de los Pirineos orientales, pero como la primavera venía con retraso había pocas plantas en flor, así que optaron por ir a la cara meridional. Remontaron el curso del Tet hasta Montlluís, para continuar hacia la Cerdanya y Puigcerdà y, desde allí, bajaron por el valle del Segre durante todo un día, llegando a la Seu d'Urgell ya después de la puesta del sol. Presenta un buen listado de plantas, pero no se atreve con las rosas, que le sorprenden por la gran diversidad. Desde la Seu retornan a Francia por Andorra, y aquí vuelve a dar una extensa lista de plantas, muchas de ellas con comentarios diversos.

             En conjunto, el relato se centra en las plantas, incluyendo descripciones de los principales cultivos y algunos aspectos del paisaje, y aunque el objetivo del viaje debía ser conocer sobre todo las ciudades, de éstas nos explica bien poco. En realidad pasa poco rato herborizando y, excepto en la visita a Montserrat o en alguna salida por los alrededores de Barcelona, ​​la mayor parte de las plantas están recolectadas a toda prisa en las paradas de la diligencia o en paseos apresurados en los alrededores de las ciudades donde pernoctaban. Para determinar las plantas lleva tres libros, la Flore de France, de Grenier & Godron, el que llama el Compendium de Persoon [hay que suponer que es el Synopsis Plantarum] y The tourist 's flora, de J. Woods, que precisamente no incluye España. En general muestra un buen conocimiento de las plantas, aunque también aparece algún error de determinación. Sus comentarios dejan ver a alguien con experiencia en la flora del S de Francia Lenguadoc, Provenza, Rosellón y Pirineos, y a menudo añade también observaciones sobre la flora de Sicilia, Roma o Inglaterra. Pero, sorpresivamente, también puede incorporar una larga digresión sobre las especies de Asphodelus, en el que aprovecha para recomendar a los botánicos ingleses que visiten la península de Bretaña en Francia.

             Entre 1840 y 1862 envió una veintena de comunicaciones sobre plantas a la revista Phytologist [hasta 1855 Phytologist: a popular botanical miscellany, que luego cambió a The Phytologist: a botanical journal]. La mayoría corresponden a notas breves sobre flora inglesa, bien en referencia a alguna planta en concreto o bien listas de plantas presentes en alguna localidad. El relato del viaje por el NE ibérico destaca entre ellos por su extensión. Cuando murió, en Aviñón, parece que estaba preparando una flora del departamento de Vaucluse. Al menos una parte de su herbario se conserva en Kew, donado por su hija. El gran naturalista y también poeta Jean-Henri Fabre (1823-1915) le dedicó un género de ascomicetes, Stuartella.

            Su libro On Liberty aún hoy día es regularmente traducido y publicado.

 

J.S. Mill (1861-62). A few days botanizing in the North-Eastern Provinces of Spain, in April and May, 1860. The Phytologist London, n.s. 5: 225-236, 296-303, 327-330, 356-362 (1861); 6: 35-45 (1862). [Disponible en Biodiversity Heritage Library]

 

* La parte del viaje correspondiente a la visita a Montserrat ha sido analizada en detalle por A. Blanquer Hernández (2003). Una herborització a Montserrat a la primavera de 1860. Butlletí de la Institució Catalana d'Història Natural 71: 51-58.

jueves, 30 de julio de 2020

Hipólito Ruiz, un joven de Burgos descubre la flora de Perú y Chile (1777-1788)

 

            El 3 [octubre de 1779] hicimos la primera excursión, acompañados del Alférez de Milicias y de tres Peones, internándonos rio abaxo hasta la casuca de la Centinela abanzada; donde dejamos nuestras Caballerías y continuamos a pie herborizando por aquellos hermosos y deliciosos campos; cubiertos de multitud de vegetales; cuya perpetua fragancia y aroma recrea y vivifica los sentidos de tal manera, que parece que combida aquel terreno á no apartarse jamás de él. Sobre todos los Vegetales, los mas abundantes son (los) de la familia de las Orchideas, cuyos bulbos, colocados sobre la faz de la tierra, visten y cubren como un empedrado los terrenos más secos y peñascos; y los variados colores de sus estrañas y preciosas flores matizan aquel singular y natural pavimento.

            Volvimos al Fuerte, donde nos habian alojados aquellos Militares, con mas de quarenta plantas nuevas, distintas todas de las que habiamos visto en otros lugares.



   
    Hay ofertas irresistibles, sobre todo si tienes veintitrés tres años. Aunque sepas que, si aceptas, tu vida cambiará irremediablemente y quedarás marcado para siempre. Y eso es lo que les debió pasar, en Madrid, a finales del siglo XVIII, a dos jóvenes estudiantes de farmacia y con una cierta inclinación hacia la botánica.

    
    Casimiro Gómez Ortega (1741-1818) es el botánico que marcó profundamente el desarrollo de la botánica en Madrid –y por extensión en España– el último cuarto del siglo XVIII. Era un personaje muy capaz, viajado, con aficiones literarias y buena pluma, bien conectado en los ambientes Botánico-farmacéuticos de la Corte –sobrino de Joseph Ortega (1703-1761), a quien Linné había dedicado el género Ortegia– y, sobre todo, ambicioso. Había estudiado filosofía y medicina en Italia, pero retornó a la muerte de su tío, en 1762, para heredar la farmacia, una de las mejores de Madrid, y en 1771 ya fue nombrado primer catedrático del Jardín Botánico. Después de una estancia en París en 1776, había logrado convencer José Gálvez (1720-1787), el ministro de Indias, para organizar una expedición con el fin de conocer más a fondo las riquezas vegetales de los dominios americanos, concretamente del virreinato del Perú. Pero, le faltaban los botánicos!

 
Hipólito Ruiz [de Jaramillo-Arango, 1952]
   
    Hipólito Ruiz López (Belorado, Burgos 1754-Madrid 1816) era un joven, hijo de campesinos, que con 14 años fue a Madrid y, bajo la tutela de un tío farmacéutico, empezó a estudiar diversas materias relacionadas con la farmacia, entre otras, botánica. Desde 1772 trabajaba en el jardín de Migas Calientes bajo la supervisión de Gómez Ortega; tenía poca experiencia botánica, pero era inteligente y trabajador, y aceptó encantado la propuesta de participar en la expedición. José Antonio Pavón y Jiménez (Casatejada, Cáceres 1754-Madrid 1844) era también sobrino de farmacéutico, quien le había colocado como meritorio en la farmacia del Real Sitio de la Granja; además, tenía una beca para estudiar botánica y otras materias relacionadas con la farmacia. Gómez Ortega no lo conocía antes, pero también lo enroló.
 
   
     Al final, la expedición estaba formada por Hipólito Ruiz y José Pavón como botánicos, José Brunete (1746-1787) e Isidro Gálvez (1754-1829) como dibujantes y acompañados por el botánico francés Joseph Dombey (1742-1794). Aunque el jefe era Ruiz, el botánico más experto era Dombey, y esto fue a menudo fuente de conflictos. Más tarde, a finales de 1784 y ya en América, se incorporaron dos aprendices: un botánico, el navarro Juan Tafalla (1755-1811), y un dibujante, Francisco Pulgar. En principio, la expedición estaba prevista para cuatro años y Dombey, de hecho, retornó a España en 1784, pero el resto continuaron en América hasta 1788.
 
   
    Habían salido de Cádiz el 19 de octubre de 1777 y llegaron a Callao a primeros de abril de 1778. Primero herborizan los alrededores de Lima, pero luego ya organizan expediciones para explorar las zonas costeras al norte y sur de Lima. En mayo de 1779 emprenden viaje hacia Tarma, en la otra vertiente de los Andes; explorarán esta provincia y la de Jauja hasta abril de 1780, cuando retornan a Lima. Pero a finales de mes ya están de nuevo en marcha hacia Huánuco –más allá de Tarma–, el principal centro de recolección de la quina y donde se cultiva también la coca; permanecerán en la provincia hasta finales de marzo de 1781. Junio lo pasan en Lima, y de julio a septiembre vuelven a explorar la zona costera al norte de la capital, aunque ahora ascenderán por algunos valles andinos. En diciembre embarcan todos hacia Concepción, donde llegan a finales de enero de 1782. Herborizan sobre todo por los alrededores de Concepción, aunque también hacen desplazamientos más largos, como cuando van a buscar la araucaria hacia el interior. A finales de marzo de 1783 emprenden viaje hacia Santiago, divididos en dos, un equipo con Ruiz y los dos dibujantes, en el otro Pavón y Dombey. Llegan a mediados de abril. A primeros de octubre marchan hacia Valparaíso, para volver a embarcar hacia Callao, donde llegan a primeros de noviembre. Ya en Lima, y cuando se preparaban para retornar a España, reciben la orden de continuar la exploración de la región de Tarma, Huánaco y Cuchero. A mediados de mayo de 1784, ya sin Dombey, están de nuevo en marcha hacia la región Huánuco, que ya conocían en parte de la expedición de 1780-81. Se quedaron, estableciendo varias bases, hasta finales de enero de 1788, en la que retornaron a Lima. Embarcaron hacia España el 1 de abril y a mediados de septiembre ya estaban en Cádiz, entrando en Madrid a mediados de noviembre de 1788.
 

Una de las láminas de los dibujantes de la expedición, conservada en el RJB de Madrid [de González Bueno, 1988]


   
    El relato del viaje que nos ha llegado es el de Ruiz. Hay varias versiones, aunque él no llegó a ver nada publicado. El texto que he usado corresponde al manuscrito que encontró en el Museo Británico de Londres el botánico y diplomático colombiano Jaime Jaramillo Arango (1897-1962), que la editó y enriqueció con varias ilustraciones e índices. Hay otra versión anterior, publicada por el padre Agustín Jesús Barreiro (1865-1937) en 1931, pero sobre un manuscrito de Ruiz más incompleto y mucho menos pulido. La edición de Jaramillo Arango, de 1952, comprende la relación del viaje, hecha por Ruiz (p. 1-392), varios apéndices, donde aparecen desde las instrucciones de Gómez Ortega antes de embarcar, hasta la lista de plantas vivas con que retornan a España, pasando por numerosos oficios, anuncios o informes generados durante todos estos años (p. 393-476). También se reproduce el epílogo que Barreiro había incorporado a la versión de 1931 (p. 477-526). Además, hay un segundo volumen, de 245 páginas, que contiene varios índices: de nombres científicos de plantas, de nombres vulgares, de términos indígenas, geográfico, onomástico...

    
    La relación propiamente dicha consta de 60 capítulos. En general, alternan los dedicados al relato de las diferentes etapas del viaje con otros que nos ofrecen una descripción geográfica más o menos amplia de los diferentes territorios por donde pasan. De estos últimos, muchos corresponden a las diversas provincias que van conociendo, algunos están referidos a las principales ciudades –la descripción que hace de Lima es muy completa– y en otros describen los pueblos donde establecieron los campamentos y sus alrededores. En todos estos capítulos descriptivos se vislumbra la pretensión de que sean considerados como informes de amplio alcance, algo al estilo de las crónicas de los primeros conquistadores. Población, etnografía, clima, cultivos, fauna, flora, minería, hidrografía, vestigios de culturas precolombinas, estructura política, comercio, historia, sociología, enfermedades... todo tiene cabida. Los apartados que tratan de temas relacionados con los indios son numerosos: idiosincrasia, condiciones de vida y trabajo, revueltas y castigos..., pero son los dedicados a las plantas los que ocupan mayor extensión, con prioridad para las de interés económico, especialmente medicinal o alimenticio, aunque la lista es mucho más amplia: ornamentales, tintóreas, rituales, textiles... Ruiz es muy respetuoso con los conocimientos que los indios tienen de las plantas, y recoge todos los usos y a menudo también los nombres indígenas. En general, la lectura de estos capítulos, a pesar de la diversidad y cantidad de información que contienen, es amena y fácil, con curiosidades de todo tipo.

    
    Los capítulos dedicados a los viajes son a la vez descripciones geográficas de los itinerarios recorridos por los expedicionarios y justificación de su trabajo. Así, muy a menudo día a día, nos enteramos de las distancias entre las diferentes paradas y de la topografía del territorio, el paisaje y la vegetación con la que se encuentran y cómo son los pueblos por donde suelen pasar. Y, siempre, las plantas interesantes que descubren por el camino. Al mismo tiempo, de vez en cuando, Ruiz informa de las actividades de los otros miembros de la expedición y sobre cómo progresa el trabajo científico: plantas secadas, descripciones completadas, láminas dibujadas, envíos de plantas vivas y semillas... También aparecen, entremedias, cuestiones cotidianas o mundanas, como los problemas financieros, los gastos practicados, las relaciones con la jerarquía colonial, el trato con los colonos o los indios o las condiciones de alojamiento. Además de las enfermedades e indisposiciones que afectan a menudo a los expedicionarios, también se relatan con detalle los principales acontecimientos –cuando no desgracias– que los afectan. Así nos enteramos del asalto que sufrieron en el primer viaje largo fuera de Lima, la falsa alarma con que los pusieron en fuga para robarles las pertenencias o la pérdida de una mula en el río con el sueldo de los expedicionarios. Pero también de la muerte del dibujante Brunete en mayo de 1787 o el incendio de Macorís en 1785, donde Ruiz perdió los diarios de tres años y medio, entre ellos casi todos los correspondientes a Chile. Sin embargo, tal vez son las vicisitudes del barco "San Pedro de Alcántara" las que aparecen en el relato más veces, debido a su larga agonía y a que los expedicionarios intentaron compensar al máximo las pérdidas. Había zarpado de Callao en 1784, y poco después ya se tuvieron que tirar por la borda todos los tiestos de plantas vivas, con el fin de poder volver a puerto a estabilizar la carga y rehacer el buque. Finalmente, tras una singladura muy lenta, naufragó, a primeros de febrero de 1786, frente a la costa portuguesa en Peniche. Con buceadores se pudieron rescatar casi todos los cañones y una buena parte del oro que llevaba, pero no aparecieron ninguno de los 53 cajones enviados por los botánicos, con unas 800 láminas de dibujos y muchísimos pliegos. Las relaciones entre los miembros de la expedición no se explicitan mucho, pero se vislumbra la preferencia de Ruiz para ir en compañía de Gálvez y, si pone algún tratamiento antes del apellido, los botánicos aparecen a menudo como "compañero Pavón" y "Mr. Dombey". Hacia el final de la expedición las desavenencias con los dibujantes son notorias. En todo caso, el relato no es pasional sino neutro, sin intimidades ni grandes reproches hacia el resto de expedicionarios.

    
    De las tres grandes expediciones botánicas organizadas por la Corona española a finales del siglo XVIII, la de Ruiz y Pavón fue la más productiva desde el punto de vista científico. A pesar de que en las condiciones del enrolamiento de Dombey figuraba que la publicación de los resultados sería conjunta, éste volvió a Europa antes y se planteó su avance. Una iniciativa diplomática española lo impidió, pero los pliegos de Dombey fueron a parar a manos de Charles-Louis de L'Héritier (1746-1800), que se los llevó a Londres y publicó algunos de los materiales de Dombey. Por eso en Madrid se organizó una "Oficina Botánica de la Flora del Perú", con el objetivo de preparar cuanto antes la publicación de los materiales. En el año 1794 apareció el "Prodromus de la flora de Perú y Chile", en 1798 el Systema vegetabilium Florae peruvianae et chilense y entre 1798 y 1802, los tres primeros de la Flora Peruviana et chilensis, pero la publicación de los volúmenes 4 y 5 tuvo que esperar hasta los años 1956-58. Aunque firmados por los dos botánicos españoles, parece que la mayor parte de la redacción de estas obras corresponde a Ruiz. De hecho, después de la muerte de éste, ya no aparecieron más volúmenes de la Flora..., aunque las dificultades económicas también tuvieron que ver. Muerto Ruiz, Pavón comenzó a dispersar los materiales de la "Oficina Botánica", vendió a Philip B. Webb (1793-1845) muchos de los pliegos recogidos durante la expedición, que ahora se encuentran en Florencia y muchos de los manuscritos acabaron en manos de Aylmer B. Lambert (1761-1842), hoy día depositados en el British Museum.



Hipólito Ruiz. Relación histórica del viage, que hizó a los Reynos de Perú y Chile el Botánico D. Hipólito Ruiz en el año de 1777 hasta el de 1788, en cuya época regresó a Madrid. Ed. Jaime Jaramillo-Arango (1952). Madrid, Real Academia de Ciencias Exactas, Físicas y Naturales. 392 p. [Disponible en Biblioteca digital del RJB]



* Más información en: Antonio González Bueno –ed.– (1988). La expedición botánica al Virreinato del Perú (1777-1788). Catálogo, 2 vols. Lunwerg editores S.A. Barcelona, Madrid.