viernes, 21 de diciembre de 2018

Lewis y Clark: hacia el oeste, hasta el Pacífico (1804-1806)





            A comienzos del siglo XIX, el viaje de Lewis y Clark atravesando una parte de Norteamérica entonces desconocida, hasta llegar al Pacífico, representa uno de los pilares fundacionales de la construcción del imaginario de los Estados Unidos como nación. Y como tal, aun hoy en día la estudian los niños en la escuela. Como no podía ser menos para un tema considerado capital en la historia de Estados Unidos, la bibliografía sobre la expedición es inmensa, con algunos congresos de historia y geografía dedicados y no menos de una veintena de libros publicados, además de numerosas publicaciones de carácter infantil. Incluso hay una película de bajo presupuesto de 1955, con Charlton Heston de protagonista [The Far Horizons, Horizontes azules, en la versión española], aunque vilipendiada por los historiadores por las licencias del guión.


  

         Estados Unidos, bajo la presidencia de Thomas Jefferson (1743-1826), compró Luisiana a Francia en 1803. Era un territorio de más de dos millones de kilómetros cuadrados unas cuatro veces la superficie de la España peninsular, que se extendía desde el golfo de México hasta Canadá, entre el río Misisipi y las Rocosas, en gran parte inexplorado y sin asentamientos coloniales fuera de las orillas del río. De trasfondo, estaba la política de limitar la expansión de la Corona española reinaba Carlos IV, y la disputa con ésta sobre los derechos de navegación por el río Misisipi y el acceso fluvial a Nueva Orleans. Jefferson, años antes, ya había tratado la posibilidad de explorar el territorio con André Michaux (1746-1806), un incansable y entusiasta botánico francés que había recorrido las tierras que se extendían desde las Carolinas hasta el Misisipi, pero por diversas causas, el proyecto no prosperó. Además, en 1793 Alexander Mackenzie, viajando más al norte, por el actual Canadá, ya había realizado la primera travesía continental de un no nativo. Pero en 1803, una vez comprada Luisiana, había que tomar posesión urgentemente, hacer el reconocimiento geográfico, el inventario de sus riquezas naturales y, además, encontrar una ruta de acceso al Pacífico a través de las Rocosas.


            El designado por Jefferson para comandar la expedición fue el capitán Meriwether Lewis (1774-1809), en aquellos momentos su secretario personal en la Presidencia. Éste, para acompañarlo y codirigir la expedición, convenció a su amigo William Clark (1770-1838), militar entonces retirado y que había sido superior suyo en el ejército. Parece que Jefferson optó por alguien con capacidad de mando, acostumbrado a los bosques y al contacto con nativos y con ciertas inclinaciones por la historia natural. Para prepararse, Lewis recibió un entrenamiento intensivo en cuidados médicos y navegación con sextantes, y tuvo acceso a la biblioteca de Jefferson de Monticello, posiblemente la más completa de su tiempo sobre Norteamérica.


Una de las medallas impresas para intercambiar o regalar a las tribus nativas [De http://www.lewis-clark.org/article/350]
            El comienzo oficial de la expedición se considera la salida de Camp Dubois, en la confluencia de los ríos Misisipi y Misuri, cerca de Saint Louis, el 14 de mayo de 1804. Clark, sin embargo, había salido de Pittsburgh con 11 hombres a finales de agosto de 1803, y tardó dos meses y medio en descender por el río Ohio antes de llegar a Camp Dubois, donde completaron el reclutamiento y estuvieron entrenando. La expedición contaba inicialmente con 33 miembros, casi todos soldados voluntarios, aunque también había un esclavo de Clark y algún voluntario contratado. El número, sin embargo, fue variando: algunos fueron enviados de regreso al final del primer año con mapas, colecciones científicas e información diversa, hubo una muerte parece que por apendicitis, alguna expulsión por indisciplina y también incorporaciones temporales de varios tramperos que se fueron encontrando por el camino y que contrataban como traductores con las tribus nativas.


            Desde Camp Dubois remontaron el río Misuri con una barcaza a remo y dos piraguas. Tras La Charrette, unos 250 km aguas arriba, ya no había más asentamientos coloniales. En el día a día de la expedición, Clark era el encargado de la navegación y de la confección de los mapas, mientras que Lewis se dedicaba a explorar los alrededores. Para pernoctar montaban los campamentos en las islas del río. Llegaron a las Grandes Llanuras, ya en territorio sioux, a finales de agosto. A comienzos del invierno, en territorio de la tribu mandan decidieron construir un campamento –Fort Mandan para esperar la primavera. Aquí reclutaron al trampero Toussaint Charbonneau, casado con la joven Sacagawea, de origen shoshone pero raptada y criada en la tribu de los hidatsa y que conocía ambas lenguas. Sacagawea estaba embarazada y dio a luz en febrero; la presencia de la criatura contribuyó a que el grupo pareciera menos agresivo y ayudó a las relaciones con las otras tribus. Desde Fort Mandan continuaron Misuri arriba, sobrepasando las confluencias de los ríos Yellowstone, Milk y Marias, hasta llegar a las cataratas del Misuri, que remontaron. A finales de julio ya estaban en Three Forks, la confluencia de los tres ríos que conforman el Misuri. Desde aquí pasaron la divisoria continental por Lemhi Pass a finales de agosto, y se encontraron con una partida de shoshones, comandada por un hermano de Sacagawea. Les compraron caballos y continuaron con ellos hasta principios de octubre cuando, al encontrar el río Clearwater, construyeron canoas. A través de la red fluvial llegaron el río Snake, y de éste al Columbia, llegando al Pacífico a finales de noviembre. Construyeron el Fort Clatsop para pasar el invierno antes de iniciar el camino de vuelta. Lo abandonaron a finales de marzo y, con caballos, remontaron la cuenca del Columbia, pero como todavía había nieve en las montañas, se desplazaron más al Norte donde, antes de atravesar la divisoria continental se dividieron en dos grupos. El reencuentro fue en el río Misuri a mediados de agosto, cerca de Fort Mandan. Llegaron a Saint Louis a finales de septiembre de 1806, después de haber recorrido cerca de 13.000 km en poco más de dos años y cuatro meses.

           El desarrollo de la expedición fue fundamentalmente pacífico, comerciando a menudo con los indios, aunque también sufrieron robos y, en un incidente en la vuelta, mataron a tiros a dos indios Pies Negros. Sufrieron varios encuentros con osos, un naufragio y algunos episodios de hambre. Además, y aunque parece que Lewis y Clark no se enteraron, la Corona española envió todos los años una expedición desde Santa Fe, para intentar interceptarlos en lo que consideraba una incursión no autorizada en sus territorios.


 

Lewisia rediviva Pursh, el bitterroot de los exploradores, nombre con el que se conoce todavía hoy en día en inglés. Declarada State flower de Montana en 1895 (Iñaki Aizpuru)
           La recolección de material científico era uno de los objetivos de la expedición, pero no prioritario. A finales del primer año, desde Fort Mandan hicieron una primera remesa con 178 plantas y 122 animales. Más tarde, durante el naufragio en los rápidos, algunos de los materiales que habían acumulado de nuevo se perdieron. Los pliegos de la expedición fueron depositados en la Sociedad Filosófica Americana de Filadelfia y estudiados por B.S. Barton y F. Pursh; este último incluyó la descripción de muchas de estas plantas en la obra de 1813
Flora Americae Septentrionalis. Actualmente los pliegos se encuentran en el herbario PH (Academia de Ciencias Naturales de Filadelfia). En total son 233 pliegos que corresponden a 202 taxones, pertenecientes a unas 132 especies de plantas vasculares. En los diarios, Lewis da mucha importancia a las plantas que utilizan los nativos, sobre todo las de interés gastronómico y que llegaron a ser muy importantes en la dieta de los expedicionarios, pero también las medicinales, y a menudo hace descripciones más o menos precisas. Además, siempre intenta transcribir el nombre en la correspondiente lengua indígena. En los tratos con la tribu de los arikaras, con las mujeres dedicadas a la agricultura, le llamaron fuertemente la atención los cultivos de maíz, frijoles y tabaco. En el envío de finales del primer año, le hizo llegar a Jefferson varias simientes, entre ellas de maíz, que se cultivaron muy pronto en Monticello.


            Los textos principales que he utilizado son la transcripción de los diarios originales de Lewis y Clark, ordenados cronológicamente y intercalados, del proyecto Gutenberg y la versión digital de la Universidad de Virginia de los diarios, publicada por E. Coues en 1893. La versión del proyecto Gutenberg es cuidadosa con el original y muy completa, pero la lectura queda dificultada porque se conservan las abreviaturas, el uso de las mayúsculas a menudo arbitrario y los errores ortográficos. La versión digital de los diarios publicados en 1893 es de lectura más agradable, pero a menudo las referencias a plantas han sido expurgada en la edición y tampoco figuran muchas entradas consideradas de poco interés.


Plafón explicativo sobre la expedición en Lolo Park, Montana (Iñaki Aizpuru)
           Al terminar la expedición Lewis fue nombrado gobernador del territorio de Luisiana. Murió en 1809 cuando iba a Washington, a reclamar al Departamento de Guerra unos gastos y a presentar el manuscrito de los diarios de la expedición a un editor. Aun hoy en día hay controversia sobre si su muerte fue un homicidio o un suicidio. Los diarios no se publicaron hasta 1893. Clark, por su parte, formó familia y tuvo varios cargos en la administración de asuntos indios, siendo después gobernador del territorio de Misuri; murió en 1838.

            Los epónimos Lewisia y Clarkia, creados por Frederick Pursh como géneros de las familias montiàcies / portulacàcies y onagráceas, respectivamente, los honran.




M. Lewis & W. Clark. The Journals of Lewis and Clark (1804-1806) [disponible en: http://www.gutenberg.org/files/8419/8419-h/8419-h.htm; también en http://xroads.virginia.edu/~HYPER/JOURNALS/toc.html]


martes, 30 de octubre de 2018

Enric Gros: una campaña de herborización en Andalucía (1919)



       A mediados de la segunda década del siglo pasado se formó uno de los equipos más peculiar y efectivo de la botánica española. Era un trío formado por un recolector, un determinador y un organizador.
       Carlos Pau y Español (1857-1937) era el encargado de determinar las plantas en la rebotica de su farmacia de Segorbe (Castellón), aunque también herborizaba cuando podía. En esa época, era el mejor conocedor de la flora española, había conseguido formar el herbario más completo de España y tenía la biblioteca botánica más actualizada. Se consideraba deudor de Frederic Trèmols (1831-1900), botánico vocacional, que había sido profesor suyo de química en la Facultad de Farmacia de Barcelona, ​​y de Francisco Loscos (1823-1886), que lo guió y aconsejó en sus primeros tiempo como botánico desde su farmacia de Castelserás, en el Bajo Aragón. El ejemplo de este último, que terminó incomprendido y amargado, le mostró que la dedicación a la botánica debía mantenerse dentro de unos límites, pero esto no impidió que, aunque enfrentado con los botánicos que ocupaban cargos públicos en Madrid, estableciera una extensa red de corresponsales por toda España, ampliando así la que había "heredado" de Aragón por parte de F. Loscos. Asimismo, mantenía correspondencia con los más activos botánicos europeos. Entre sus corresponsales era famoso por su formalidad y concisión, espoleándolos siempre a trabajar más y con más rigor. De hecho, él es en buena parte el responsable, gracias a su insistencia, de que vieran la luz la Flora Descriptiva é ilustrada de Galicia (1905-1909) de Baltasar Merino (1845-1917) y la Flora de Catalunya (1913-1937) de Joan Cadevall (1846-1921).
       Pius Font i Quer (1888-1964) era el coordinador del grupo, se encargaba de la logística y, cuando podía, ayudaba a los otros dos. Químico y farmacéutico de formación, en 1911 había ingresado en el ejército como farmacéutico militar y alternaba su carrera militar con la de naturalista al servicio del Museo de Ciencias Naturales de Barcelona. Se reconocía discípulo de Joan Cadevall y pronto buscó también el apoyo de Carlos Pau, con quien mantuvo una relación larga y fructífera, hasta la muerte de éste.

      Enric Gros i Miquel (1864-1949), el recolector, había nacido en Franciac de la Selva, una aldea de Caldes de Malavella (Gerona), en una familia pobrísima y hasta los 20 años no aprendió las primeras letras. Según Font i Quer, en su juventud había "tastat múltiples oficis: captaire, vailet de pastor, bouer, boscater, carboner de bosc i de ciutat, segador, dallaire, taper, ...". Más tarde, ya con Cuba independiente, se fue a la Habana –parece que huyendo de algún lío como sindicalista–, se prestó a dejarse inocular por mosquitos infectados de fiebre amarilla y casi pereció en el empeño. Allí trabajó como ayudante de laboratorio, especializándose en el cultivo de larvas de mosquito y aprendió el uso del microscopio. Al retornar a Barcelona, ​​Odón de Buen (1863-1945), entonces catedrático de zoología, lo contrató como ayudante de prácticas en la Universidad, y como tal fue quien enseñó técnica microscópica al curso de Font i Quer. Después continuó su periplo por los Laboratorios de Biología Marina que de Buen fundó en Porto Pi y en Málaga. Cuando residía en esta ciudad, a través de Francisco Beltrán Bigorra (1886-1962), entró en contacto epistolar con Carlos Pau. Éste le encomendó la exploración de los alrededores de Málaga y quedó tan satisfecho que, en el trabajo donde publicó sus resultados, incluye la carta que le había remitido Enric Gros contándole las estrategias y dificultades que había tenido que afrontar. Y acaba Pau*: "Pocas palabras. Recomiendo a este "hombre singular" como escribió Loscos en caso parecido... pero ¿a quién? Fuí tan mal político, que jamás cultivé el trato de los dispensadores de prevendas y beneficios. Gros deberá salir de Málaga: hagan el milagro, aunque se aprovechen mis enemigos de enfrente. Denme ese disgusto." Quién recoge el reto es Font i Quer, que consigue que cuando se estaba constituyendo el Museo de Ciencias Naturales de Barcelona se contratara a Gros como recolector. Así, a finales de 1916, Gros, con 53 años, volvió a Barcelona y ya no cambió más de oficio hasta que, jubilado, se retiró a Calvià en Mallorca. Mientras tanto, recorrió solo o en compañía de Font i Quer, una buena parte de la Península Ibérica, Baleares y norte de Marruecos y los miles de plantas que reunió forman actualmente la base de las colecciones del Instituto Botánico de Barcelona.
            La fuente del viaje de hoy es la extensa carta que Gros envió a Pau, explicándole el desarrollo de la campaña de recolección por Andalucía en 1919, y que Pau –siempre falto de tiempo– insistió en publicar, también, como prólogo de su trabajo, argumentando: "con el fin de que se pueda apreciar con exactitud lo mismo su entusiasmo científico, que su estado psicológico, durante su molesta campaña.". El viaje se inició con la salida de Barcelona el 20 de abril, con considerable retraso sobre las previsiones por culpa de una huelga general, y lo dio por terminado al regresar a Ronda el 12 de julio. Lo acompañó, a partir de Málaga, Eugenio Estremera, que había sido su práctico años antes en esa ciudad, y sólo al final del viaje, en julio, cuando visita Ronda y la Sierra de las Nieves lo hará sin su compañía. El objetivo del viaje es la recolección de cualquier planta que esté en condiciones, pero especialmente las del género Sideritis, debido a que Font i Quer está preparando una monografía y ya le ha proporcionado una lista con las localidades conocidas en las que hay que herborizarlas.
 
Itinerario seguido a pie por Enric Gros y Eugenio Estremera
      Gros embarcó en Barcelona, con 180 kg de carga, hacia Málaga, donde llegó 6 días después, tras hacer escala en Valencia y Alicante. Durante los casi tres meses en que recorrió tierras andaluzas se desplazó entre el límite de la provincia de Granada por el Este hasta Medina-Sidonia en Cádiz por el Oeste y entre Los Barrios, cerca de Algeciras, por el Sur, hasta Ronda o la Sierra Tejeda hacia el Norte, recolectando tanto las zonas litorales como las sierras más destacadas. Así, recorre a pie casi todo el litoral, desde cerca de Almuñécar hasta Castellar de la Frontera, y sube a las sierras Tejeda, de Mijas, Marbella [Sierra Blanca], Bermeja y de las Nieves. Dedica muchos días a Sierra Bermeja y a Sierra Tejeda, donde las recolecciones, a pesar del año seco, son provechosas. En cambio, sale muy decepcionado de la Sierra de las Nieves, que es la que tenía más interés en conocer. En total, recorrieron a pie y cargados con las prensas para las recolecciones del día unos 800 km, aparte de los transitados en carruajes o en tren.
       Gros hace una descripción sencilla pero informativa del itinerario, trabajos e incidencias remarcables. Casi día a día cuenta el trayecto, el medio de locomoción y deja entrever la logística, realmente compleja, con las prensas y el papel de secar. Todo vale para los envíos en avanzada de prensas, vacías o llenas, hacia los lugares previstos de paso: tren, diligencias, arrieros. Explica también el secado de las plantas y las remesas de los paquetes con las ya secas hacia Barcelona. A menudo las pernoctaciones adquieren protagonismo, alguna vez aparece el nombre de la posada, pero también lo cuenta cuando la habitación es improvisada: estaciones de tren, cuevas, refugios de pastor. El estilo de la redacción es sencillo y alguna vez algo irónico y consigue transmitir –como dice Pau– el estado anímico del protagonista. En general, se desespera cuando las plantas están agostadas y ya no sirve de nada herborizarlas, pero en cambio soporta con cierta estoicidad cuando les cae algún chaparrón en la sierra que los obliga a regresar a la base, empapados y con el papel de las prensas inservible para unos cuantos días. Aunque cuando se encrespa es si las prensas no le llegan a tiempo a los lugares concertados. Les afectó especialmente la celebración de elecciones generales a finales de mayo, que se preveían muy reñidas, y en la que los arrieros se quedaron en casa para poder ir a votar; entonces la llegada de las prensas se retrasó cuatro días, en los que tuvieron que quedarse más o menos inactivos en Málaga. Del mismo modo, muestra su preocupación por los gastos que hace, sobre todo si considera que las plantas colectadas no lo compensan. A lo largo del relato también va explicando, cada vez con más pesar, como empeoran sus problemas de visión, que incluso le hacen plantearse abandonar y regresar a Barcelona; evidentemente, la alegría es total cuando la dueña de la posada de Yunquera consigue curarlo, aunque nos quedamos con las ganas de conocer el remedio.
 
El pinsapar de la Siera de las Nieves hoy día (A. Rivas)
      Las descripciones que da del medio son concisas y precisas. Generalmente indica los materiales geológicos y los nombres vulgares de las plantas más características que conforman el paisaje, aunque de vez en cuando también aparece algún nombre científico: Lavandula, Erica, Cistus, en los que diferencia varias especies. También señala aquellas plantas que le parecen más interesantes o incluso deja escrita alguna observación de tipo corológico o taxonómico. Pero lo que más conmueve es leer su alegato final a favor de la conservación de los bosques de pinsapo de la Sierra de las Nieves, que tanto le han impresionado por su grandiosidad y que se encuentran dañados por el sobrepastoreo. A pesar de que ya hacia 1870 la Sociedad Malagueña de Ciencias había pedido al ministerio correspondiente que la sierra fuera declarada Parque Nacional por sus valores paisajísticos, Gros constata la degradación –de hecho tiene que volver con las prensas casi vacías– y apunta a los culpables: los administradores forestales, que con su negligencia permiten pastar más de tres mil cabezas de ganado donde apenas caben quinientas. Y también hace uno de los primeros recuentos de reclutamientos de pinsapo, comprobando que el problema no es la falta de plantones, sino que están "esperando seguramente el momento de ser decapitados por la primera cabra que pase".  
       No menos de una quincena de plantas, algunas híbridas, llevan epítetos específicos que honran y recuerdan "aquest home extraordinari, devot apassionat de la ciència, humilíssim, treballador incansable, noble, lleial i honrat a més no poder" **.

Enric Gros. Prólogo. p. 7-16. In: C. Pau (1922). Nueva contribución al estudio de la Flora de Granada. Memòries del Museu de Ciències Naturals de Barcelona, sèrie botànica 1(1): 1-74 + X lám. [Disponible en Biblioteca digital del RJB]


* Carlos Pau (1916). Contribución al estudio de la flora de Granada. Treballs de la Institució Catalana d'Història Natural 1916: 195-227. [Disponible en Biblioteca digital del RJB]
** Pius Font i Quer (1953). Història de dos botànics catalans. Anuari de l'Institut d'Estudis Catalans de 1953: 21-45.

jueves, 26 de julio de 2018

Garcia de Orta: Europa descubre las plantas de Oriente (Goa, 1563)




            El libro de hoy no es un libro de viajes al uso, y quizás ni tan siquiera se puede calificar como libro de viajes. Pero su contenido, hablando de plantas exóticas y tierras lejanas, excitó la imaginación de los europeos de finales del Renacimiento y fue una referencia ineludible, durante más de dos siglos, en toda controversia sobre las riquezas naturales de Oriente. Publicado en Goa en 1563, el Coloquios dos simples e drogas da India representa el primer tratado sobre el terreno, desde un punto de vista europeo, de las especias que tradicionalmente habían llegado a occidente a través de la ruta de la seda y, sobre todo, de las plantas que las producían; además, descubrió a los europeos muchas otras entonces completamente desconocidas. Hay que tener en cuenta que hacía tan sólo 65 años que Vasco de Gama había llegado a la India, y que casi todo el conocimiento previo que se tenía de estas especias –cuando lo había– provenía de fuentes griegas y latinas o árabes. El libro de los viajes de Marco Polo, dos siglos antes, también había aportado información sobre algunas de ellas, pero los eruditos europeos continuaban discutiendo sobre el origen de las especias y las plantas que las producían.


            El autor, Garcia de Orta (1501?-1568), era hijo de judíos conversos, originarios de Valencia de Alcántara y refugiados en Portugal. Estudió en Alcalá de Henares y Salamanca, y en 1526 ya ejercía la medicina en Lisboa. Partió hacia la India como médico de la flota del Capitán del Mar Martim Afonso de Sousa en 1534 y, cuatro años más tarde, se instaló en Goa, donde adquirió una gran reputación. Muy pronto llegó a ser el médico de cabecera de muchos de los virreyes y gobernadores portugueses, y también de algunos importantes jefes locales. El mercado de Goa ponía a su disposición todos los productos con los que comerciaban los portugueses, pero también muchos otros de consumo local y desconocidos entonces en Europa. Además, su oficio y posición social le permitían conversar y recoger muchos relatos de la gente que pasaba por el gran mercado de la ciudad, algunos provenientes de tierras lejanas: navegantes, mercaderes, religiosos, aventureros, ... Y a menudo les encargaba que le trajeran plantas no disponibles en Goa.    

            El libro está estructurado en 58 coloquios, con dos personajes principales llamados Orta y doctor Ruano, aunque de vez en cuando también pueden intervenir otras figuras secundarias. En el primer coloquio se nos presentan los dos interlocutores: Orta es el residente en la India, el que tiene experiencia digamos "de campo", mientras que el doctor Ruano es un recién llegado, con conocimientos librescos que desea contrastar con la realidad de Oriente. Según Francisco Manuel de Melo Breyner (1837-1903), conde de Ficalho, representarían respectivamente al Garcia de Orta viejo y experimentado, frente al Garcia de Orta llegado a la India treinta años antes: un joven erudito, recién licenciado y con todo el respeto por los tratados de los clásicos.



Garcia de Orta dedica un coloquio al mango Mangifera indica L., entonces desconocido en Europa y en el que acaba refiriendo el régimen alimenticio de los hindús (E. Rico)

            En cada uno de los coloquios –ordenados más o menos por orden alfabético– discuten y comentan sobre uno o más productos, casi siempre plantas, pero también los hay dedicados a los de origen animal –ámbar gris, marfil de los elefantes, lacre, perlas, bezoar– o minerales como los diamantes u otras piedras preciosas –rubíes, jades, zafiros, esmeraldas, ... En cuanto a las plantas, una parte importante trata de las especias consideradas clásicas –alcanfor, canela, cardamomo, clavo, jengibre, nuez moscada, pimienta– o conocidas en Europa ya desde tiempos de los romanos y de origen más o menos oriental: aloe, cáñamo, cálamo aromático, coco, opio, incienso o mirra. También aparecen plantas en que las únicas referencias cultas conocidas provienen de fuentes árabes: cúrcuma, plátanos, galanga, sándalo o tamarindo. Pero algunos frutos como el jinjolero, el carambolo, el coco de las Maldivas, la jaca, el lichi, el mango o el mangostán o las hojas de nim, entre otros, aparecen por primera vez en la literatura occidental en este libro. La información básica dentro de cada coloquio está referida a las especias o frutos en cuestión, pero a menudo aporta noticias sobre las plantas que las producen, su utilización, las variantes que presentan y cuáles son las referencias en los tratados clásicos, si las hay. Y todo mezclado, a menudo desordenadamente, con datos de geografía, de historia, de etimología, de etnografía; y además, también pueden aparecer disquisiciones sobre los encantadores de cobras y las mangostas o sobre diferencias entre la medicina musulmana y la hindú, los efectos de una epidemia de cólera o datos dispersos sobre la isla de Ceilán, que parece que el autor conocía de primera mano. Mientras que Garcia de Orta es muy exacto en la descripción de todo lo que ha visto, gracias a sus viajes, o por ser productos vegetales de uso más o menos común, es –según dice el conde de Ficalho– confuso en cuanto a los datos históricos de territorios más o menos alejados y que no conoce directamente. Tampoco es consistente en la utilización de términos geográficos, pero hay que tener presente que eran tierras donde los portugueses intentaban "normalizar" topónimos de origen sánscrito o árabe, que conocían desde hacía poco tiempo.

 
Portadas de las ediciones de 1563 y de 1891
            El abanico de autoridades que aparecen a lo largo del libro es muy amplio. Plinio, Dioscórides, Galeno, Avicena, Al-Razi, Abenzoar, Averroes o Laguna están entre los más citados, pero en conjunto son más de veinte y comprenden la mayor parte de la literatura médico-botánica occidental y árabe de su tiempo; entre ellos cita algunos que en aquellos momentos eran muy recientes, como Fernández de Oviedo, Ruellius o Gaspar Barreiros. Pero si por algo destacan los Coloquios, es por la importancia que da a la observación directa, soslayando las afirmaciones de los clásicos cuando contradicen la realidad aprendida del contacto con las plantas y, si es necesario, rebatiéndolos y refutándolos, a menudo ofreciendo diferentes puntos de vista. El anhelo de conocimiento lo lleva siempre a intentar separar leyenda y realidad, a menudo haciéndose traer las plantas de las que provienen los productos vegetales que utiliza y cultivándolas en el jardín. Por supuesto, alguna vez se equivoca, pero en todo el libro palpita la idea de que cualquier creencia antigua se puede cambiar por la vía de la experimentación.

            Del original de 1563 se ha dicho que es uno de los libros con más errores tipográficos que se han impreso jamás. Además de una paginación caótica, el libro termina con 20 páginas con los errores detectados por el autor y con una advertencia: no están todas. Era el primer libro de temática no religiosa impreso en Asia por los europeos y con un editor totalmente inexperto. En realidad, la versión original de los Coloquios tuvo muy poca difusión: estaba escrito en una lengua minoritaria, de lectura dificultosa debido a los errores tipográficos, publicado en una lejana colonia asiática y seguramente con una tirada muy limitada. Sin embargo, la propagación por Europa de su contenido fue muy rápida debido a la adaptación resumida y en latín, de Carolus Clusius (1526-1609) –latinización de Charles de l’Écluse–, publicada ya en 1567: Aromatum et simplicium aliquot medicamentorum apud Indos nascentium historia. Aparecieron cuatro ediciones más hasta 1593 y fueron la base de las versiones italiana (1575) y francesa (1602). Además, el Tratado de las drogas y medicinas de las Indias Orientales de Cristóbal Acosta (o Cristovao da Costa) de 1578, con varias ediciones a lo largo del siglo XVI, está basado en gran parte en la obra de García de Orta, y se hicieron también traducciones a varias lenguas europeas, latín incluido. Su influencia también fue decisiva sobre la obra de Nicolás Monardes, que trata de las plantas medicinales de las Indias Occidentales (1574), y que utiliza un planteamiento muy similar. La versión que he utilizado es la del conde de Ficalho, en dos volúmenes –publicados en 1891 y 1895–, revisada y corregida, de tipografía clara y con los coloquios perfectamente delimitados, lo que la hace muy agradable de leer, sobre todo si se compara con el original. Además, esta versión contiene numerosas notas a pie de página, algunas muy extensas –a veces más que el mismo coloquio–, siempre muy documentadas y muy a menudo imprescindibles para la comprensión botánica de las plantas en discusión, y que también inciden en cuestiones etimológicas, históricas o geográficas. Mis conocimientos rudimentarios de portugués no me permiten apreciarlo, pero en Portugal se considera que el estilo literario del conde de Ficalho es uno de los más claros, elegantes y luminosos del siglo XIX.

            Los géneros Garcinia de Linneo dedicado conjuntamente al botánico suizo de origen francés Laurent Garcin (1683-1752), Garciana de Loureiro y Garcia de Rohr honran la memoria de Garcia de Orta. Su familia madre y dos hermanas había sido expulsada de Portugal en 1549 por judaizantes y se instalaron en Goa. La Inquisición se implantó en Goa en 1565 y, aunque en vida Garcia de Orta no tuvo ningún contratiempo, fue juzgado por judaísmo póstumamente y condenado. Sus restos fueron exhumados y quemados en un auto de fe en 1580. Antes, en el año 1569, una hermana suya había sido condenada y quemada viva en la hoguera.


Garcia da Orta (1563). Coloquios dos simples, e drogas he cousas mediçinais da India ... Ioannes de Endem, Goa. 264 p. [Disponible en Biblioteca Nacional de Portugal]

Coloquios dos simples e drogas da India por Garcia da Orta. Ediçao ... pelo Conde de Ficalho. Imprensa nacional, Lisboa. Vol. I, 1891, 385 p. Vol. II, 1895, 443 p. [Disponible en Biblioteca Nacional de Portugal, Biblioteca digital del RJB e Internet Archive]

Lectura complementaria: Conde de Ficalho (1886). Garcia da Orta e o seu tempo. Imprensa Nacional. 392 p. [Disponible en Internet Archive]


jueves, 24 de mayo de 2018

Pedro Loefling, un botánico sueco a sueldo de la Corona española (1751-1756)




          Carl Linnaeus (1707-1778) –latinizado como Carolus Linnæus; más tarde, ennoblecido, cambió su nombre a Carl von Linné, que latinizó como Carolus a Linné– estaba firmemente convencido de que tenía la misión de poner orden en la Creación. Se le atribuye la frase "Deus creavit; Linnaeus disposuit". En pleno siglo XVIII, el de las exploraciones de nuevos países y territorios, la llegada de nuevas plantas a Europa era constante. Linneo elaboró ​​un sistema que permitía asignar fácilmente un nuevo espécimen a un grupo concreto y ponerle un nombre, contando únicamente el número de estambres y de carpelos. Al mismo tiempo estableció y fijó el método de nomenclatura binomial que, al separar el nombre de la descripción, facilitaba su memorización. La comprensibilidad y simplicidad del método contribuyeron a que tuviera una rápida difusión y una gran aceptación. Pero el objetivo era conocerlo “todo” en “todo” el mundo, y Linneo era consciente de que la cantidad de plantas todavía desconocidas era muy grande. Para descubrirlas, lo mejor era enviar gente preparada a explorar los nuevos territorios. Con esta misión sus discípulos –apóstoles los llamaba– salieron en todas direcciones: América del Norte, Japón, China, Egipto, África del Sur, India ...


            Ya en 1735, Linneo se había lamentado del desconocimiento de la flora española y de la incultura botánica en España, añadiendo además que las únicas aportaciones las había hecho el francés Joseph Pitton de Tournefort. Parece que esta afirmación se la tuvieron que escuchar alguna vez los embajadores españoles e, incluso, el Ministro de Estado, José de Carvajal y Lancaster (1698-1754) por parte de un grupo de aristócratas ingleses de paso por Madrid. Así, en 1750, Carvajal, mediante el embajador en Suecia, se pone en contacto con Linneo y le pide que envíe un discípulo suyo a España. El escogido fue Pehr Löfling (1729-1756) –latinizado Petrus Loefling–, que había ido a estudiar medicina a la Universidad de Uppsala, donde descubrió la botánica de la mano de Linneo. Era un estudiante con grandes aptitudes para la botánica y, ante las dificultades económicas por las que pasaba, Linneo se lo llevó a vivir a su casa, con la idea de echarle una mano, pero también para que, como tutor de su hijo, estimulara el interés de esté por las plantas. Llegó a ser su alumno predilecto, y le asistió como secretario cuando Linneo tuvo que guardar cama enfermo de reuma.

El viaje de Loefling comienza el 16 de mayo de 1751, embarcando hacia Portugal. Hacen escala en Oporto y desembarca en Setúbal a finales de septiembre, desde donde va a Lisboa. El viaje hasta Madrid lo hace con Louis Godin, uno de los matemáticos recién llegado de América, que había participado en la expedición de La Condamine. Van hacia Madrid por Badajoz, Mérida, Trujillo y Talavera de la Reina y llegan a la capital el 20 de octubre. Se presenta en el Escorial ante José de Carvajal, Secretario de Estado y promotor de su viaje, y entra al servicio de la Corona española con sueldo y cargo de botánico. En Madrid, rápidamente contacta con los botánicos de la capital, todos ellos boticarios o médicos, buenos conocedores de plantas, pero que no habían publicado gran cosa todavía. El grupo lo formaban Joan Minuart (1693-1768), Josep Quer (1695-1764), José Ortega (1703-1761), Miquel Barnades (1708-1771) y Cristóbal Vélez (c. 1710-1753). Según refiere Loefling, parece que las relaciones eran muy buenas con Minuart y Barnades, cordiales con Ortega y Vélez y de una cierta frialdad con Quer. Pronto comprende que estar al servicio de la Corona implica graves limitaciones de movilidad, porque necesita permisos para salir de la Corte. En los dos primeros años las herborizaciones están limitadas a las afueras de Madrid, y las salidas a Aranjuez, San Fernando –donde tiene el jardín Barnades– o Ciempozuelos son acontecimientos extraordinarios; prepara viajes a Toledo o San Ildefonso, pero no dice nada más de ellos y probablemente no los llegó a hacer. En cualquier caso, sus colegas españoles le cedieron plantas que herborizaron en diversos viajes, mientras él permanecía en Madrid: Barnades de Pirineos, Minuart de las montañas de Castilla o Vélez de Andalucía y la Mancha.

Ya desde su llegada a Madrid, José de Carvajal le había comunicado que el objetivo final eran las provincias americanas. A finales de agosto de 1753 tiene la confirmación de que él será el jefe del equipo de historia natural, formado por dos médicos recién licenciados –Benito Paltor, nacido en los Pirineos según Loefling, y formado en Valencia, y Antonio Condal, de Barcelona– y por dos jóvenes dibujantes –Bruno Salvador y Juan de Dios Castel. Todos ellos formarían parte de una expedición hacia América, pero con destino aún desconocido. A mediados de octubre se dirigen todos hacia Cádiz, pero el embarque se aplaza y Loefling aprovecha para explorar el Puerto de Santa María. Gracias a la demora, le llega a tiempo el primer volumen de Species Plantarum de Linneo para llevárselo a América. Entonces ya saben que forman parte de la expedición de la Comisión de Límites comandada por el capitán José de Iturriaga, con destino al puerto de La Guaira, y con órdenes de remontar el Orinoco, para llegar a Bogotá, Quito, Lima y a todo el Perú. Zarpan de Cádiz el 15 de febrero de 1754 y desembarcan en Cumaná –actual Venezuela– el 11 de abril. A Linneo tan solo le llegaron dos cartas desde América, del 18 de abril y del 20 de octubre. En la última, Loefling le comenta los progresos botánicos en los alrededores de Cumaná: en unos diez meses han colectado unas 600 especies, casi todas ya determinadas, con descripciones detalladas de unas 250, de las que una treintena corresponden a géneros nuevos. Al mismo tiempo le anuncia también lo que será el gran problema de los expedicionarios: los primeros ataques de fiebres.

Loefling murió de paludismo en la Guyana, en la misión de San Antonio de Caroní, el 22 de febrero de 1756. Tan sólo había podido herborizar entre Cumaná y Barcelona. Mientras vivió, el equipo de historia natural funcionó adecuadamente, pero al poco tiempo de morir él, Condal desertó y, en agosto de 1757, también lo hizo Paltor, al sentirse despreciado y degradado por Iturriaga. La Comisión de Límites fue en sus inicios un auténtico desastre, con un importante retraso y muchas muertes por enfermedad. El carácter y las decisiones de Iturriaga y su enfrentamiento con el gobernador de Cumaná, que tenía una actitud claramente obstruccionista, tampoco ayudaron a mejorar la situación. Hasta que no se hizo cargo José Solano, no lograron remontar el Orinoco y penetrar por el Casiquiare. Tan sólo lograron llegar a los enclaves portugueses del Río Negro en 1759. La Comisión se disolvió oficialmente en 1761.

            La imagen que nos llega de Loefling es la de un joven completamente entregado al estudio de las plantas, pero sin renunciar a las otras ramas de las ciencias naturales. Así, después del viaje desde Suecia, envía a Linneo un listado y observaciones sobre algas o, en la espera para embarcar en Cádiz, hace un estudio muy completo de los peces de la bahía; entremedias publica también unas observaciones sobre corales, describe un escarabajo pelotero o el pulgón de la cornicabra y, con Barnades, se dedican a la descripción de aves. Pero son las plantas lo que más le impresiona e interesa. Nada más llegar a Portugal busca el famoso drago que había visto Clusius en 1564 o la palmera canaria, y también se sorprende ante plantas americanas aclimatadas, como los agaves o las chumberas. Reconoce muchas de las plantas autóctonas, pero pronto se da cuenta de la diversidad y complejidad de algunos grupos de plantas ibéricas como las cistáceas o las pequeñas cariofiláceas anuales, a las que dedicaría buena parte de sus esfuerzos durante los años siguientes. También experimenta por si mismo el triste sino de los botánicos mediterráneos en busca de las plantas anuales de primavera: un año aparecen por todas partes y en cantidades abrumadoras, y al año siguiente apenas si se encuentran unos pocos pies raquíticos. Las plantas son su centro de interés y están omnipresentes en todo el relato. No hay que olvidar, sin embargo, que el texto de su estancia en España está formado por las cartas dirigidas a Linneo, y lo que aparece son sobre todo listas de plantas recolectadas y comentarios sobre determinaciones o problemas taxonómicos. También figuran noticias sobre las relaciones con los botánicos y políticos españoles, sobre la colonia extranjera en la capital o sobre los otros discípulos de Linneo dispersos por el mundo. Durante los años en Madrid, busca en todo momento la aprobación de Linneo y las enseñanzas que éste le pueda aportar, pero durante el periplo americano adquiere ya total autonomía. En cualquier caso, Linneo "editó"* las cartas de Loefling para evitar susceptibilidades con los botánicos madrileños, e incluso halagarles, sobre todo pensando en Joseph Quer, uno de los hombres de pro de la Corte, e irreducible tournefortiano.

La versión en castellano de Ignacio de Asso (1742-1814) sólo contiene la traducción del prefacio y del diario del viaje, en sueco en el original. El prefacio es obra de Linneo y es una semejanza y alabanza de la vida y méritos del discípulo. El diario de viaje lo editó Linneo, según dice en el prefacio, a partir de las cartas que le envió Loefling durante su estancia en Portugal y España, a las que añadió algunas descripciones de plantas singulares. También incluyó un extracto de los manuscritos que le llegaron del período americano. El texto en español contiene a menudo notas a pie de página y todas parecen obra de A.J. Cavanilles (1745-1804), editor de botánica de la revista. El original de 1758, el Iter hispanicum, contiene además una parte, en latín, dedicada a la descripción de plantas españolas y otra parte de plantas americanas, así como algunos apéndices e índices finales más.


Observaciones de Historia natural hechas en España y en América por Pedro Loefling: traducidas del Sueco, según la edición de Cárlos Linneo, por D. Ignacio de Asso. Anales de Ciencias Naturales 3: 278-315 (1801); 4: 155-191, 324-339 (1801); 5: 82-104, 296-340 (1802). [Disponible en Biblioteca digital del RJB; reimpreso en Memorias de la Real Sociedad Española de Historia Natural 5: 11-134 (1908), disponible en Biblioteca digital del RJB].

Petri Loefling Iter hispanicum, eller resa Til spanska länderna uti Europa och America, förrätad ifrån År 1751 til År 1756, med beskrifningar och rön öfver de märkvärdigaste växter, utgifven Efter dess Frånfälle af Carl Linnaeus. Stockholm, Ṫryckt på Direct. Lars Salvii Kostnad (1758). 316 p. [Disponible en Biblioteca digital del RJB y en Internet Archive]


* Para entender mejor la purga que hizo Linneo de la correspondencia de Loefling, ver G. López González (1990). La obra botánica de Löfling en España, pp. 33-49. In: F. Pelayo. Pehr Löfling y la Expedición al Orinoco, 1754-1761. Madrid, CSIC. 190 p.


Edición del texto por Edith Castells y Pilar Pérez Ramón.