"Amanece un nuevo día. Aun falta que
cubrir una nueva etapa para conocer todo nuestro desierto. Queremos ver la
Agüera, al lado de Port Etienne, en la bahía del Galgo, puesto aquél el más
meridional de España en el Sahara. De nuevo el trimotor; la costa, desde
arriba, como cuando empezamos. ¿Os acordáis? ¡Qué lejos y qué cerca! Así es
todo en la vida. Falso, falso espejismo del irreal fluir del tiempo. Ya
estamos en la Agüera. Desolación y arena. Mar y cielo. Industria pesquera
desorbitada y mucha langosta exquisita (marisco, no insecto).
Unas horas para conocer aquel paraje, que
es más desierto que Villa [Cisneros], si cabe, y vuelta al avión, ahora rumbo
al Norte.
¡Vuela raudo, pájaro metálico, hijo del
hombre, y llévanos a casa, a nuestra casa, para que la cabeza se serene un
poco, que es fuerte, muy fuerte, la emoción del desierto!"
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Al regresar de su expedición de
1886 al Sahara, Julio Cervera, Felipe Rizzo y Francisco Quiroga trajeron
diez plantas, que entregaron a Blas Lázaro Ibiza
(1858- 1921) para ser identificadas. Éste tan solo pudo determinar cinco en el
rango de especie, de las otras tan solo pudo llegar al género. Y explica: “La
determinación precisa de algunas de las especies no es posible hacerla con los
medios que en Madrid existen, aun utilizando los que la biblioteca del Jardín
Botánico contiene; pues en ella, muy pobre en general de libros modernos, no
existe ninguno de los que se han publicado referentes á esta región de África.”
España se
había desentendido de África durante los siglos anteriores, pero hacia
finales del XIX, cuando ya es evidente el final del
sueño americano, empieza a mirarla con
otros ojos. Estimulados y favorecidos por
la administración civil o militar, los naturalistas –incluidos naturalmente los botánicos– se fueron lanzando a la
exploración de los alrededores de Ceuta
y Melilla primero y las
zonas del Rif y Yebala después, en lo que
más tarde se convertiría en el Protectorado
español. La mayor parte de las herborizaciones las hicieron farmacéuticos militares, pero
sin ningún plan sistemático. Éste no existió hasta
las campañas de Pius Font i Quer (1888-1964) para
los Iter maroccanum de 1927-1930 y 1932
y, aun así, supeditadas siempre
a las contingencias militares y las disponibilidades
presupuestarias.
Más hacia el sur, hacia
el Sahara, la ocupación española fue aún
más precaria y tardía, y no
fue hasta 1934 –y bajo fuertes presiones francesas– que se hizo más o menos
efectiva. Aquí, antes de la Guerra Civil, las únicas expediciones habían
sido a Ifni, una de tipo naturalista donde
participó Arturo
Caballero como
botánico en 1934 y otra, exclusivamente botánica, de
Font i Quer
en 1935.
Pero después de la
Guerra Civil la situación cambió drásticamente y el
panorama botánico –como científico en general– era desolador. Carlos Pau (1857-1937) y frère
Sennen habían muerto en la
cama, pero Pius Font i Quer (1888-1964) había
sido juzgado y quedó inhabilitado para ejercer cargos públicos
y las jóvenes generaciones como Josep Cuatrecasas (1903-1996) o Faustino Miranda (1905-1964), tuvieron
que exiliarse; entre las bajas también hay que incluir a jóvenes prometedores como Miguel Martínez Martínez (1907-1936), asesinado en
Madrid al comienzo de la Guerra, o José González-Albo (1913-1990),
incapacitado por enfermedad desde 1939. Así las
cosas, hacia 1940, el único botánico en
activo con experiencia africana era Arturo Caballero y Segares (1877-1950), que había sido nombrado Director
del Jardín
Botánico de Madrid
en 1939 y, cuando el Instituto de Estudios
Políticos organiza una expedición al Sahara español
para otoño de 1943, el elegido para integrarse como
botánico es Emilio
Guinea.
Emilio Guinea
López (1907-1985), nacido
en Bilbao, era aficionado desde joven a la botánica, había estudiado Ciencias
Naturales en Madrid, donde frecuentaba el
Jardín Botánico, y en
1932 ya era
Catedrático de Instituto. Después de la
Guerra Civil fue encarcelado –entre otros cargos, acusado de defender el darwinismo– y depurado. Lo desterraron, como
simple profesor, a Aranda de
Duero, pero rechazó reincorporarse. A pesar
de ello, consiguió que le designaran para integrarse
en la expedición naturalista al Sahara de 1943, formada además por
los geólogos Francisco Hernández Pacheco (1899-1976) y
Carlos Vidal Box (1906-1970).
En 1945 publicó dos libros que pueden considerarse el
resultado del viaje. Uno, "Aspecto forestal del desierto, la vegetación
leñosa y los pastos del Sahara español"* es de carácter más científico,
mientras que el otro –"España y el desierto"– es más
divulgativo y es el que nos interesa aquí. El autor, en el prólogo, justifica
este libro con unos razonamientos que aún hoy día son perfectamente asumibles:
hacer una crónica breve de la expedición, dar a conocer a un público culto los
motivos del viaje y difundir sus resultados entre el público no especializado.
Además todo el libro rezuma –consciente o no– el orgullo de realizar una obra
civilizadora, aunque maravillándose siempre de las adaptaciones de las plantas
del desierto y de la integración con el medio de sus pobladores. Así, a lo
largo de 18 capítulos, explica el desarrollo del viaje, la logística y, sobre
todo, sus impresiones. En medio, sin embargo, hay algunos capítulos de carácter
utilitario. Uno está dedicado a las posibilidades agrícolas del territorio y
utilidades de las plantas silvestres que se crían allí, y dos más tratan sobre
los pastos y las plantas medicinales respectivamente. Los últimos corresponden
a un capítulo descriptivo de la vegetación del desierto y otro sobre las
posibilidades de desarrollo del desierto, además de un capítulo final sobre las
posibilidades de la explotación del guayule. Y con un curioso epílogo final,
inclasificable, titulado "Metafísica del desierto" y dedicado a la
Rosa de Jericó –Anastatica
hierochuntica L.
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Itinerarios según Guinea (1945) [Nótese que una buena
parte de las rutas marcadas –aquellas que llevan marcas transversales– no se realizaron]
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Desde Canarias vuelan a Cabo Juby –actual
Tarfaya– y, desde allí, en camión continúan hacia El Aaiún,
donde llegan al crepúsculo, tras cruzar en barca la Saguia el Hamra. Exploran
los alrededores de El Aaiún y vuelan a Villa Cisneros –actualmente
Dajla–, donde también exploran los alrededores durante
varios días, para desplazarse más tarde, en camión, hacia Tichla, casi en la
frontera sur con Mauritania. Herboriza por los alrededores y continúan en camello
hacia el pozo de Zug, donde acampan varios días y regresan a Tichla por otra
ruta. Ya en camión, van hacia Villa Cisneros. Desde aquí, en avión, aun visitan
el límite sur del territorio, La Agüera, en el Cabo Blanco, donde sólo se
están unas horas y vuelven directamente a Cabo Juby donde, después de unos
días, vuelan hacia las Canarias. Curiosamente, en ningún momento dice la época
del año en que se encuentran ni tampoco podemos saber los días que duró la
estancia, pues aunque indica las jornadas que duran los traslados, no dice
cuántos días están en cada una de las paradas, ni tampoco nos dice la duración
de travesía en camello entre Tichla y Zug. En todo caso, a partir de las fechas
de los pliegos depositados en el herbario del Jardín Botánico de Madrid,
sabemos que casi todas las plantas fueron recolectadas en el mes de noviembre
y, parece que, como mucho, duró 3-4 semanas. Pero caramba, que bien
aprovechadas!
El libro presenta una edición muy
digna, con buenas fotografías –originales de los geólogos de la
expedición– y dibujos a pluma del autor. Se lee muy bien, es
ameno e incluso entretenido, aunque en realidad suceden pocas cosas
excepcionales: una "tamborada" en una haima en Villa Cisneros, una
cacería de gacelas por el camino de Tichla, un vendaval en Zug que tumba las
tiendas, ... Pero el relato está bien entrelazado y la descripción del viaje se
encadena con agilidad con las descripciones de los paisajes –hechas
desde el avión, el camión o a pie– y de las peculiaridades de las
plantas. Y en medio, las condiciones de vida de los militares en los poblados y
en el desierto, instrucciones y experiencias del arte de montar en camello,
consecuencias del paso de la langosta para un botánico o alabanzas del carácter
y habilidades de los nativos. Sobre todo se queda sorprendido y admirado del
conocimiento de las plantas por parte de los saharauis: saben todos los
nombres, sus aplicaciones medicinales y el interés como pasto.
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Guinea (1945). Dibujo original del autor
Su estilo es
muy peculiar –de "grandilocuencia expresiva" lo ha muy
bien calificado Luis Carlón–, y el
texto a menudo resulta ampuloso y
algo excesivo, tanto en
cuanto a la trascendencia de lo que describe como la
solemnidad de los pensamientos que transcribe. Y tampoco deja
de reflejar sus divagaciones, vengan a
cuenta o no, sobre sensaciones, recuerdos y
anhelos. Admirador confeso de Théodore
Monod (1902-2000), el texto está lleno
de resonancias monodianas, sobre todo
en las digresiones de carácter poético sobre
el desierto y sus formas. También resultan excesivas –al menos leídas hoy día– las alabanzas hacia la administración de
las fuerzas militares coloniales, aunque es consciente, y lo reconoce ampliamente, el
esfuerzo de sus acompañantes nativos en el
éxito de la expedición.
Culto y políglota, se autodefinía como "más artista que
científico" y las ilustraciones de su obra dan fe de su habilidad como
dibujante. Sus publicaciones botánicas a menudo se han calificado de ligeras,
pero hay que reconocer que, en los oscuros años de la posguerra, con casi toda
la botánica oficial y universitaria abocada a los estudios fitosociológicos, representaron
aportaciones singulares, conectadas con las corrientes europeas y con ciertas
pretensiones en los campos de la florística y la taxonomía, aunque con
resultados desiguales. También destaca por ser uno de los primeros compiladores
de cara a actualizar el catálogo de la flora ibérica y uno de los pocos
españoles que participaron desde su inicio en el proyecto Flora europaea. Pero donde su obra es más original y notable es
como divulgador, sobre todo con sus libros de viajes, a menudo con un espíritu
de naturalista del siglo XIX y con un estilo muy peculiar, pero siempre
rigurosos y muy bien documentados. El relato de sus viajes a la entonces Guinea
española bien se merecen una entrada en este blog... en el futuro!
Según Félix Muñoz Garmendia, quien
le trató sus últimos años, era un gran y
apasionado conversador. Interesado en muchos aspectos culturales, se
enorgullecía de su participación en algunas de las tertulias madrileñas que
intentaron luchar contra el clima gris y opresivo de la época –así, conoció y trabó amistad con muchos personajes, como Antonio
Buero Vallejo o Julio Caro Baroja–. Esta “curiosidad”
cultural y su falta de “amor” por el Régimen, decía él, fueron la causa de su
estancamiento, y a la postre de su expulsión, de la “carrera” en la Botánica
española. No obstante, en el campo de esta disciplina, estaba también orgulloso
de su relación con muchos botánicos extranjeros, como Vernon H. Heywood (n. 1927),
a quien conoció en Madrid, cuando vino a España por causa de su tesis doctoral,
y con instituciones botánicas foráneas, especialmente con las inglesas y con el
Jardín Botánico de Ginebra –aspectos también poco
cultivados en la ensimismada y autárquica botánica hispana.
Emilio Guinea (1945). España y el desierto. Impresiones saharianas
de un botánico español. Instituto de Estudios Políticos, Madrid. 279 p. + 2
mapes. [Disponible en Biblioteca digital del RJB]
* Emilio Guinea (1945). Aspecto forestal del desierto. La vegetación leñosa y los pastos del
Sahara español. Instituto Forestal de Investigaciones y Experiencias,
Madrid. 152 p. + 1 mapa. [Disponible en Biblioteca digital del RJB]