viernes, 26 de febrero de 2021

Emilio Guinea, un botánico en el desierto (Sahara occidental, 1943)


   "Amanece un nuevo día. Aun falta que cubrir una nueva etapa para conocer todo nuestro desierto. Queremos ver la Agüera, al lado de Port Etienne, en la bahía del Galgo, puesto aquél el más meridional de España en el Sahara. De nuevo el trimotor; la costa, desde arriba, como cuando empezamos. ¿Os acordáis? ¡Qué lejos y qué cerca! Así es todo en la vida. Falso, falso espejismo del irreal fluir del tiempo. Ya estamos en la Agüera. Desolación y arena. Mar y cielo. Industria pesquera desorbitada y mucha langosta exquisita (marisco, no insecto).

   Unas horas para conocer aquel paraje, que es más desierto que Villa [Cisneros], si cabe, y vuelta al avión, ahora rumbo al Norte.

   ¡Vuela raudo, pájaro metálico, hijo del hombre, y llévanos a casa, a nuestra casa, para que la cabeza se serene un poco, que es fuerte, muy fuerte, la emoción del desierto!"


            Al regresar de su expedición de 1886 al Sahara, Julio Cervera, Felipe Rizzo y Francisco Quiroga trajeron diez plantas, que entregaron a Blas Lázaro Ibiza (1858- 1921) para ser identificadas. Éste tan solo pudo determinar cinco en el rango de especie, de las otras tan solo pudo llegar al género. Y explica: La determinación precisa de algunas de las especies no es posible hacerla con los medios que en Madrid existen, aun utilizando los que la biblioteca del Jardín Botánico contiene; pues en ella, muy pobre en general de libros modernos, no existe ninguno de los que se han publicado referentes á esta región de África.”

             España se había desentendido de África durante los siglos anteriores, pero hacia finales del XIX, cuando ya es evidente el final del sueño americano, empieza a mirarla con otros ojos. Estimulados y favorecidos por la administración civil o militar, los naturalistas incluidos naturalmente los botánicos se fueron lanzando a la exploración de los alrededores de Ceuta y Melilla primero y las zonas del Rif y Yebala después, en lo que más tarde se convertiría en el Protectorado español. La mayor parte de las herborizaciones las hicieron farmacéuticos militares, pero sin ningún plan sistemático. Éste no existió hasta las campañas de Pius Font i Quer (1888-1964) para los Iter maroccanum de 1927-1930 y 1932 y, aun así, supeditadas siempre a las contingencias militares y las disponibilidades presupuestarias.

             Más hacia el sur, hacia el Sahara, la ocupación española fue aún más precaria y tardía, y no fue hasta 1934 y bajo fuertes presiones francesas que se hizo más o menos efectiva. Aquí, antes de la Guerra Civil, las únicas expediciones habían sido a Ifni, una de tipo naturalista donde participó Arturo Caballero como botánico en 1934 y otra, exclusivamente botánica, de Font i Quer en 1935.

              Pero después de la Guerra Civil la situación cambió drásticamente y el panorama botánico como científico en general era desolador. Carlos Pau (1857-1937) y frère Sennen habían muerto en la cama, pero Pius Font i Quer (1888-1964) había sido juzgado y quedó inhabilitado para ejercer cargos públicos y las jóvenes generaciones como Josep Cuatrecasas (1903-1996) o Faustino Miranda (1905-1964), tuvieron que exiliarse; entre las bajas también hay que incluir a jóvenes prometedores como Miguel Martínez Martínez (1907-1936), asesinado en Madrid al comienzo de la Guerra, o José González-Albo (1913-1990), incapacitado por enfermedad desde 1939. Así las cosas, hacia 1940, el único botánico en activo con experiencia africana era Arturo Caballero y Segares (1877-1950), que había sido nombrado Director del Jardín Botánico de Madrid en 1939 y, cuando el Instituto de Estudios Políticos organiza una expedición al Sahara español para otoño de 1943, el elegido para integrarse como botánico es Emilio Guinea.

             Emilio Guinea López (1907-1985), nacido en Bilbao, era aficionado desde joven a la botánica, había estudiado Ciencias Naturales en Madrid, donde frecuentaba el Jardín Botánico, y en 1932 ya era Catedrático de Instituto. Después de la Guerra Civil fue encarcelado entre otros cargos, acusado de defender el darwinismo y depurado. Lo desterraron, como simple profesor, a Aranda de Duero, pero rechazó reincorporarse. A pesar de ello, consiguió que le designaran para integrarse en la expedición naturalista al Sahara de 1943, formada además por los geólogos Francisco Hernández Pacheco (1899-1976) y Carlos Vidal Box (1906-1970).

             En 1945 publicó dos libros que pueden considerarse el resultado del viaje. Uno, "Aspecto forestal del desierto, la vegetación leñosa y los pastos del Sahara español"* es de carácter más científico, mientras que el otro –"España y el desierto" es más divulgativo y es el que nos interesa aquí. El autor, en el prólogo, justifica este libro con unos razonamientos que aún hoy día son perfectamente asumibles: hacer una crónica breve de la expedición, dar a conocer a un público culto los motivos del viaje y difundir sus resultados entre el público no especializado. Además todo el libro rezuma consciente o no el orgullo de realizar una obra civilizadora, aunque maravillándose siempre de las adaptaciones de las plantas del desierto y de la integración con el medio de sus pobladores. Así, a lo largo de 18 capítulos, explica el desarrollo del viaje, la logística y, sobre todo, sus impresiones. En medio, sin embargo, hay algunos capítulos de carácter utilitario. Uno está dedicado a las posibilidades agrícolas del territorio y utilidades de las plantas silvestres que se crían allí, y dos más tratan sobre los pastos y las plantas medicinales respectivamente. Los últimos corresponden a un capítulo descriptivo de la vegetación del desierto y otro sobre las posibilidades de desarrollo del desierto, además de un capítulo final sobre las posibilidades de la explotación del guayule. Y con un curioso epílogo final, inclasificable, titulado "Metafísica del desierto" y dedicado a la Rosa de Jericó Anastatica hierochuntica L.

Itinerarios según Guinea (1945) [Nótese que una buena parte de las rutas marcadas  –aquellas que llevan marcas transversales– no se realizaron]


 
            Desde Canarias vuelan a Cabo Juby –actual Tarfaya y, desde allí, en camión continúan hacia El Aaiún, donde llegan al crepúsculo, tras cruzar en barca la Saguia el Hamra. Exploran los alrededores de El Aaiún y vuelan a Villa Cisneros actualmente Dajla, donde también exploran los alrededores durante varios días, para desplazarse más tarde, en camión, hacia Tichla, casi en la frontera sur con Mauritania. Herboriza por los alrededores y continúan en camello hacia el pozo de Zug, donde acampan varios días y regresan a Tichla por otra ruta. Ya en camión, van hacia Villa Cisneros. Desde aquí, en avión, aun visitan el límite sur del territorio, La Agüera, en el Cabo Blanco, donde sólo se están unas horas y vuelven directamente a Cabo Juby donde, después de unos días, vuelan hacia las Canarias. Curiosamente, en ningún momento dice la época del año en que se encuentran ni tampoco podemos saber los días que duró la estancia, pues aunque indica las jornadas que duran los traslados, no dice cuántos días están en cada una de las paradas, ni tampoco nos dice la duración de travesía en camello entre Tichla y Zug. En todo caso, a partir de las fechas de los pliegos depositados en el herbario del Jardín Botánico de Madrid, sabemos que casi todas las plantas fueron recolectadas en el mes de noviembre y, parece que, como mucho, duró 3-4 semanas. Pero caramba, que bien aprovechadas!

            El libro presenta una edición muy digna, con buenas fotografías originales de los geólogos de la expedición y dibujos a pluma del autor. Se lee muy bien, es ameno e incluso entretenido, aunque en realidad suceden pocas cosas excepcionales: una "tamborada" en una haima en Villa Cisneros, una cacería de gacelas por el camino de Tichla, un vendaval en Zug que tumba las tiendas, ... Pero el relato está bien entrelazado y la descripción del viaje se encadena con agilidad con las descripciones de los paisajes hechas desde el avión, el camión o a pie y de las peculiaridades de las plantas. Y en medio, las condiciones de vida de los militares en los poblados y en el desierto, instrucciones y experiencias del arte de montar en camello, consecuencias del paso de la langosta para un botánico o alabanzas del carácter y habilidades de los nativos. Sobre todo se queda sorprendido y admirado del conocimiento de las plantas por parte de los saharauis: saben todos los nombres, sus aplicaciones medicinales y el interés como pasto.

Guinea (1945). Dibujo original del autor

            Su estilo es muy peculiar de "grandilocuencia expresiva" lo ha muy bien calificado Luis Carlón, y el texto a menudo resulta ampuloso y algo excesivo, tanto en cuanto a la trascendencia de lo que describe como la solemnidad de los pensamientos que transcribe. Y tampoco deja de reflejar sus divagaciones, vengan a cuenta o no, sobre sensaciones, recuerdos y anhelos. Admirador confeso de Théodore Monod (1902-2000), el texto está lleno de resonancias monodianas, sobre todo en las digresiones de carácter poético sobre el desierto y sus formas. También resultan excesivas al menos leídas hoy día las alabanzas hacia la administración de las fuerzas militares coloniales, aunque es consciente, y lo reconoce ampliamente, el esfuerzo de sus acompañantes nativos en el éxito de la expedición.

             Culto y políglota, se autodefinía como "más artista que científico" y las ilustraciones de su obra dan fe de su habilidad como dibujante. Sus publicaciones botánicas a menudo se han calificado de ligeras, pero hay que reconocer que, en los oscuros años de la posguerra, con casi toda la botánica oficial y universitaria abocada  a los estudios fitosociológicos, representaron aportaciones singulares, conectadas con las corrientes europeas y con ciertas pretensiones en los campos de la florística y la taxonomía, aunque con resultados desiguales. También destaca por ser uno de los primeros compiladores de cara a actualizar el catálogo de la flora ibérica y uno de los pocos españoles que participaron desde su inicio en el proyecto Flora europaea. Pero donde su obra es más original y notable es como divulgador, sobre todo con sus libros de viajes, a menudo con un espíritu de naturalista del siglo XIX y con un estilo muy peculiar, pero siempre rigurosos y muy bien documentados. El relato de sus viajes a la entonces Guinea española bien se merecen una entrada en este blog... en el futuro!

             Según Félix Muñoz Garmendia, quien le trató sus últimos años, era un gran y apasionado conversador. Interesado en muchos aspectos culturales, se enorgullecía de su participación en algunas de las tertulias madrileñas que intentaron luchar contra el clima gris y opresivo de la época así, conoció y trabó amistad con muchos personajes, como Antonio Buero Vallejo o Julio Caro Baroja. Esta “curiosidad” cultural y su falta de “amor” por el Régimen, decía él, fueron la causa de su estancamiento, y a la postre de su expulsión, de la “carrera” en la Botánica española. No obstante, en el campo de esta disciplina, estaba también orgulloso de su relación con muchos botánicos extranjeros, como Vernon H. Heywood (n. 1927), a quien conoció en Madrid, cuando vino a España por causa de su tesis doctoral, y con instituciones botánicas foráneas, especialmente con las inglesas y con el Jardín Botánico de Ginebra aspectos también poco cultivados en la ensimismada y autárquica botánica hispana.

  

Emilio Guinea (1945). España y el desierto. Impresiones saharianas de un botánico español. Instituto de Estudios Políticos, Madrid. 279 p. + 2 mapes. [Disponible en Biblioteca digital del RJB]

 * Emilio Guinea (1945). Aspecto forestal del desierto. La vegetación leñosa y los pastos del Sahara español. Instituto Forestal de Investigaciones y Experiencias, Madrid. 152 p. + 1 mapa. [Disponible en Biblioteca digital del RJB]