"On our numerous excursions from Ostrava we also went to the
Altvater range, somewhat to the west of Ostrava. Rolf and Jan Kuthan, collecting, came up
slowly but I had run ahead to the summit to enjoy the view and the wind on
that hot day. Mycologists
hate the wind
because, drying
out the soil, it is the worst enemy of mushroom growth. While I wandered
around among the mossy granite boulders, my eye caught an inscription on a
signpost, something like "12 km to Castle Janovice", to the
Northwest. My first impulse was to run the twelve kilometers until I got to castle Janovice, which is well
known to everybody of my generation who is familiar with
the poetry of the Austrian writer Karl Kraus. He had spent some of his happiest hours in the
garden of this lovely castle, together with baroness Sidonie von Nadherny who herself in 1939 became a
victim of the Nazi onslaught."
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Algunas personas parecen
condenadas, una vez desarraigadas de la
tierra donde nacieron, a no poder establecerse
definitivamente en ningún sitio, siempre cambiando de
ciudad o incluso de país, sin un
plan premeditado, pero siempre dispuestas a
disfrutar de nuevas amistades y descubrir nuevas maravillas e
intentando ser, en cada momento, dueños de su destino. Las vidas de Rolf Singer (1906-1994) y su esposa Martha –de soltera Kupfer– (1910-2003) son una buena muestra de ello, sobre todo por las vicisitudes a las que tuvieron que enfrentarse durante la primera mitad del siglo XX,
aunque en la segunda tampoco se detuvieron.
Rolf Singer
está considerado uno
de los micólogos más notables del
siglo XX, con aportaciones muy importantes en el
campo de la taxonomía. A lo largo de su
vida vivió y trabajó en varios países
y, a pesar de haber publicado más de 400 trabajos, nunca
dejó de salir al campo, a veces en territorios remotos. Y en
todo su periplo vital estuvo acompañado por
su esposa, calificada por
los que la
conocieron como incansable colaboradora y
buena conocedora de los hongos. Fue ella
quien, ya mayores, publicó un libro donde repasa su
vida, centrado sobre todo en los personajes
con los que se fueron encontrando en su
camino. Naturalmente, la mayor parte son micólogos,
pero también aparecen otros naturalistas y amistades.
Rolf Singer, había nacido en Baviera y desde muy
joven se interesó por los hongos. Estudió química en Munich y en 1928 fue a
Viena para realizar la tesis doctoral bajo la dirección de Richard Wettstein
(1863-1931). Allí, mientras trabajaba en diversas instituciones, fue
comisionado dos veces por la Academia de Ciencias para explorar el Cáucaso, y
los primeros resultados del viaje ya fueron publicados en 1930. Leída la tesis
sobre el género Russula en 1931,
vuelve a Alemania, pero poco después, cuando los nazis llegan al gobierno, debe
huir –es militante antibelicista
y le deniegan la renovación del pasaporte– y regresa
a Viena atravesando los Alpes con esquís. Aquí sobrevive cultivando Agaricus bisporus –que vende al por mayor– y continúa
trabajando en el Museo de Historia Natural; también es cuando conoce y se casa
con la vienesa Martha Kupfer, en 1933. Pero Austria no es tampoco lugar seguro
para ellos y deben seguir huyendo. Aprovecha que Pius Font i Quer (1888-1964)
había conseguido convocar una plaza para la Universidad Autónoma de Barcelona
y, con recomendaciones entre otros de Josias Braun-Blanquet (1884-1980) y René
Maire (1878-1949), se presenta y la gana. Se instalan en Barcelona en mayo de
1934 –donde conviven durante un tiempo con otro
botánico alemán, Werner Rothmaler (1908-1962) – y
empieza a trabajar y salir al campo: Montseny, Valle de Aran...* Pero a
primeros de octubre él es detenido e ingresado en la cárcel Modelo. Las
memorias de Martha Singer, al respecto, no son muy esclarecedoras, pero parece
que la orden venía de Madrid, donde la embajada alemana lo reclamaba por haber
salido del país ilegalmente. Y todo ello, en medio del desorden causado por los
hechos de octubre, con la proclamación del Estado Catalán, y la posterior
anulación de la autonomía de Cataluña, que implicaba la invalidación de los
contratos de la Universidad Autónoma. Tras varias gestiones, consigue no ser
deportado a Alemania y es expulsado a Francia y llega a Montpellier, desde
donde, con la ayuda de Braun-Blanquet y con el fondo de una colecta de los
naturalistas franceses, pasan a París. Allí es acogido por Pierre Allorge
(1891-1944), entonces director del Museo de Historia Natural y, sobre todo, por
el también micólogo Roger Heim (1900-1972), que le consiguen contratos
precarios, pero cuando Nicolái Vavílov (1887-1943) [ver la entrada del blog de
mayo de 2019], de visita en París, le ofrece incorporarse al Instituto que
dirigía en Leningrado, acepta. En 1935 Rolf ya está en Leningrado –ella no llegará hasta comienzos de 1936 por problemas de visado y
al cabo de pocos días nació allí su hija, Amparo Heidi–, donde Rolf participa en varias expediciones a Asia Central; al
mismo tiempo, comienza a preparar una nueva tesis doctoral –las leídas en Austria se consideraban de poco valor en la URSS– y que defenderá, en ruso, y es el embrión de su gran obra sobre
taxonomía de agaricales. En 1938, Martha y la hija parten hacia Estados Unidos,
para reencontrarse con los padres de ella, judíos que también habían tenido que
huir de Austria. Rolf llegará a California en 1941, después de salir de
Leningrado pocos días antes del inicio del cerco nazi, vía Hawaii. Mientras
tanto, ella había ido entrevistándose con científicos o gestores que pudieran
conseguir al marido un empleo en América. David H. Linder (1899-1946),
especialista en Oidium y en hongos
acuáticos, lo contrató para trabajar en el Farlow Herbarium de la Universidad
de Harvard. Estuvo allí hasta el año 1948, en medio de las colecciones del
centro, en campañas de recolección por el NE de Estados Unidos y estableciendo
relaciones con la mayoría de los botánicos residentes o visitantes. Ese año
visita Harvard el botánico argentino Horacio R. Descole (1910-1984), director
de la Fundación Miguel Lillo –en aquellos momentos el
centro botánico más importante de Argentina y uno de los más destacados de toda
América del Sur– y le ofrece una plaza en la
Universidad de Tucumán, de la que también es rector. Finalmente, y parece que
presionado por la esposa, Rolf acepta y, en el otoño de 1948, la familia llega
a Tucumán, Argentina.
El Instituto Miguel Lillo aquellos años era el
destino ansiado por muchos científicos europeos –naturalistas sobre todo, pero también químicos, físicos...– que buscaban un puesto de trabajo estable, seguro y tranquilo. La
diáspora de alemanes y rusos, pero también suecos, noruegos o incluso
británicos, que se reunieron allí fue numerosa, diversa y con algunos
personajes muy peculiares. Según cuenta Martha, el Instituto, bajo la dirección
de Horacio Descole, tuvo su edad de oro entre los años 1947 a 1955. A partir de
ese año, en que se produjo el golpe de estado que derrocó el gobierno de Perón,
la situación política y económica se empezó a degradar y muchos de los
europeos, aprovechando la mejora de las condiciones de sus países de origen,
iniciaron un retorno gradual. Rolf Singer fue contratado por la Universidad de
Buenos Aires en 1961 y todavía aguantaron en Argentina hasta el golpe de estado
de junio de 1966 y la instauración de la primera de las dictaduras
cívico-militares. Al año siguiente se fueron a Santiago de Chile, con un
contrato del Museo Nacional de Historia Natural que aprovechan para recorrer el
país y donde hacen amistad con Eugeni Sierra (1919-1999), el dibujante
discípulo de Font i Quer. Pero en 1968 regresan a Estados Unidos, con un
contrato para él como profesor de la Universidad de Illinois en Chicago, desde
donde trabajó también en el herbario del Field
Museum hasta su jubilación en 1977.
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Rolf y Martha
Singer (tercero y cuarta por la derecha) en una excursión con la Societat Catalana de Micologia a Tossa
de Mar el año 1979. El segundo es Eugeni Sierra. [Llimona, 1997]
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En medio de todo este periplo, fue
haciendo estancias más o menos prolongadas en diferentes centros, de las que
también se recogen varios conocidos y anécdotas en el libro. Entre 1942 y 1943
estuvieron todo un año en Florida, que es donde Rolf comenzó a interesarse por
los hongos tropicales y los años 1957-1959 tuvo un contrato con una fundación
de Norteamérica para investigar sobre hongos psicoactivos, con viajes a México
y Chicago. En 1960 hizo una estancia en Holanda, donde estudió el herbario de
Christiaan H. Persoon (1761-1836) –de gran interés, ya que su obra Synopsis methodica fungorum constituye el punto de partida
nomenclatural de muchos grupos de hongos–, en 1970
hicieron el primero de sus viajes a la entonces República Checoslovaca y en 1975
estuvieron varios meses en Austria. Mientras tanto, en América, también realizaron
varias estancias en centros de investigación de Manaus, Recife y Costa Rica. Y,
a partir de 1950, estuvo en todos los Congresos Internacionales de Botánica,
donde fue un miembro muy activo del Comité de Nomenclatura, jugando un
importante papel en las propuestas para la conservación de nombres.
El relato está dedicado sobre todo a resaltar los
personajes que trataron, aunque también describe, por encima, como vivieron en
las diferentes ciudades y su red de relaciones sociales. La lista de
naturalistas que aparecen es inmensa. A veces sólo da el nombre, institución y
grupo en el que trabaja, pero a veces se explaya, sobre todo en el caso de sus
amigos, tales como, Kurt Hueck (1897-1965), Benkt Sparre (1918-1986), Alberto
Castellanos (1896-1968), Augusto Chaves Batista (1916-1967) o Louis
O. Williams (1908-1991), entre otros.
Pocas veces intenta hacer un perfil psicológico, pero sí que nos proporciona
alguna anécdota referente al personaje, que ayuda a hacerse una idea de su
personalidad –o no–. Los más peculiares corresponden a su etapa en el Miguel Lillo,
muchos de ellos expatriados europeos y relacionados, de una forma u otra, con
el descalabro que provocó el ascenso y caída del nazismo: alemanes fugitivos
del nazismo –judíos o no–,
conviviendo con quislings noruegos,
fascistas británicos o nazis huidos del colapso final; también aparecen algún
republicano español, rusos y, por supuesto, argentinos.
En general, el retrato de los personajes y las
anécdotas que relata son benévolos y el tono de la narración es neutro,
descriptivo. Hay pocos casos en que el homenaje es absoluto –"Prof.
Font Quer showed himself at all times and in every situation the most noble and
honorable person imaginable"– o en que transmite
una gran emoción, como cuando visitan a Braun-Blanquet en Montpellier en 1971,
ya muy sordo y con dificultades para recordar los nombres de algunas personas,
pero no los de las plantas. O en la visita a David Fairchild (1869-1954) en
Florida, cuando al repasar a sus amigos y conocidos de Leningrado se dan cuenta
que al contarle que muchos de ellos han muerto en los últimos años, cada vez se
entristece más, hasta que al final deciden resucitar unos cuantos para
animarle. En el otro extremo, a veces se intuye alguna situación en la que se
ha sentido ofendida y alguna anécdota sí tiene un cierto regusto a revancha,
como en el caso del matrimonio ruso, con el que compartían piso en Leningrado,
que se había burlado de sus costumbres "bárbaras" y que luego fueron
condenados por plagio de la tesis doctoral del marido, o el liquenólogo inglés
filonazi al que tratan en Tucumán y que luego contratan en Harvard –"who always had a weakness
for the British accent"– como director del
herbario Farlow [en competencia con su marido?], pero de donde debe dimitir
cuando pierde el interés por los líquenes y prefiere dedicarse al teatro
aficionado.
Es jugosa la lista de las manías de los naturalistas. Van desde aquel al que una mala crítica le hizo reorientar su carrera, abandonando el
estudio de todo un grupo de organismos, o
de otros que no están contentos con las
especies que les han dedicado
–una huele mal, en otra el epónimo en latín resulta ofensivo en su lengua materna–. También aparece el recolector de
campo que recicla como etiquetas las
facturas de hotel y
restaurante, pero sobre todo los tickets de cerveza, o el entomólogo exiliado catalán totalmente ambidiestro pero
sin carné de conducir, o el herpetólogo que, a escondidas por
la noche, da de comer a sus ranas las moscas que de día ha recogido su compañero de
habitación, entomólogo.
No se explaya mucho sobre sí misma,
pero tampoco se esconde. Sabemos que en Leningrado se especializó en manejo de
rayos X, que en Tucumán dirigía la biblioteca del Instituto Miguel Lillo –y editó el libro Agaricales in modern taxonomy, la obra más emblemática e importante
del marido–, y que en Chile oficialmente era la
asistente de Rolf. Pero al menos desde Tucumán se refiere a sí misma como
escultora. También atribuye a su espíritu aventurero –y al de su hija– el último empuje para
que el marido aceptara la oferta de ir a Argentina y, en el libro, explica a
menudo excursiones en las que participó sin su marido. Y por lo que cuenta, era
una buena practicante de tiro con rifle. También relata la ingestión de hongos
alucinógenos en México, o algunas de las galanterías con las que se sintió
halagada.
Rolf Singer describió, solo o en compañía,
más de 70 géneros nuevos de hongos, principalmente de América del Sur. No menos
de 7 géneros y 70 especies de hongos llevan epónimos que le honran.
Martha Singer (1984). Mycologist
and other taxa. Braunschweig, Verlag von J. Cramer. 120 p.
*Para un análisis más detallado de su paso por Catalunya: Xavier
Llimona (1997). Rolf Singer, 1906-1994: nota sobre la seva vida, amb especial
atenció a la seva activitat a Barcelona. Collectanea
Botanica (Barcelona) 23: 163-169.